El atardecer color miel descendía lentamente tras la ventana, y la figura de Guillermo, de pie junto a la cama, se alargaba cada vez más sobre el suelo.
Miranda tardó unos segundos en reaccionar. Cuando por fin asimiló el significado de las palabras de Guillermo, sintió como si el nudo que tenía en la garganta se deshiciera de golpe. El frío de sus manos y pies comenzó a disiparse.
Sin embargo, al observar su expresión, no pudo evitar percibir un matiz de burla condescendiente.
En silencio, se tapó hasta la cabeza con la cobija.
Pero con una mano conectada al suero, el borde de la tela se atoró con el tubo de la vía intravenosa, moviendo la aguja. Su intento de esconderse fracasó y, en su lugar, soltó un quejido ahogado.
Guillermo la observó con una expresión distante. Al ver que ella no lograba desenredarse, se acercó, quitó la cobija, aseguró el soporte del suero y, con calma, presionó el botón para levantar el respaldo de la cama, dejándola semi