De hecho, las fallas que el licenciado señaló en el contrato no eran simples descuidos; eran trampas colocadas de forma deliberada por la parte con el poder para aprovecharse de un cliente sin voz ni voto.
Estos trucos no estaban dirigidos a nadie en particular, eran solo una de las tácticas que usaban para asegurarse de mantener el control absoluto. Si la contraparte hubiera tenido un mínimo de poder de negociación, jamás le habrían presentado un borrador como ese.
El contrato de Leo, por ejemplo, no contenía ninguna de esas cláusulas.
Modificar los términos no les representaba una gran pérdida y, como el propio Leo había intervenido, no les quedaba más que concederle el favor.
Así, justo cuando Miranda estaba al borde de un berrinche, el equipo del programa le entregó un contrato que al fin la dejó satisfecha.
El productor, un experto en adaptarse a las circunstancias, demostró una flexibilidad impresionante. Un segundo antes, pensaba “que lo firme si quiere; si no, que se largue”,