Pero, como si hubiera recordado algo, antes de que Mateo pudiera responder, continuó:
—Olvídalo. Cancela mis compromisos de esta noche o posponlos. Ve a recoger la pulsera que me regaló el señor Salas la otra vez.
Mateo asintió de nuevo.
—Sí, señor.
Al ver que su jefe no decía nada más, salió de la oficina en silencio.
La oficina quedó en silencio. Este se frotó el entrecejo y se recostó en su silla, cerrando los ojos para descansar medio minuto. Presentía que esa noche le esperaba otra batalla difícil.
—Señorita, disculpe, usted no puede...
—Quítense.
Miranda ni siquiera miró al personal de seguridad del edificio. Avanzó con paso firme sobre sus tacones, con un aire imponente.
El guardaespaldas, que normalmente pasaba desapercibido junto a ella, finalmente intervino para explicar quién era al personal de seguridad.
Ella no se molestó en voltear. Dejó que le abrieran paso mientras caminaba con los lentes de sol puestos, los brazos cruzados sobre el pecho y una expresión indiferente, d