En la pantalla apareció la grabación de la cámara de un carro. Aunque no se veían caras, ella enseguida la relacionó con las fotos que había visto en la editorial de la revista.
El audio de la grabación era algo ruidoso y no muy claro, pero en el silencio de la oficina, si aguzaba el oído, creía distinguir frases clave como “Ni en físico, ni en clase, ni en educación, ni en contactos le llegas a los talones a mi esposa. Mejor ve y despabílate un poco”.
Justo en ese momento, Mateo llamó a la puerta.
—Adelante.
Mateo entró. Al ver a Miranda, no pareció sorprendido. Asintió cortésmente hacia ella y luego se dirigió a su jefe para informar de manera formal:
—Señor Aranda, ya le comuniqué su decisión al señor Rosas, pero él insiste en hablar con usted.
—Pásame la llamada.
Mateo obedeció y luego colocó un estuche de joyería de terciopelo rojo sobre el escritorio.
—Esta es la pulsera de la señora.
Dicho esto, se retiró discretamente.
Enseguida, la llamada de Raúl Zapata fue conectada a la of