Capítulo 9
Estaba sentada frente al espejo de la cómoda, con la brocha del rubor entre los dedos, la mente en otra parte. El walk-in closet, diseñado para mí, era amplio, perfectamente iluminado, lleno de perchas organizadas por colores. Leo se encargó de comprarme un montón de ropa, joyas, zapatos; tenía tanto que aún quedaban prendas sin estrenar. Había optado por un vestido negro de seda, de tirantes finos, ceñido hasta la cintura y suelto desde la cadera. Pero ni siquiera ese corte perfecto lograba arrancarme del letargo mental.
La desaparición de Ingrid no era mi problema. Yo no hice nada. La despidieron porque se lo ganó, y si ahora estaba perdida, era asunto suyo. Eso me repetía una y otra vez. Aun así, la sensación era como una astilla alojada en el pecho. Pero esa noche no pensaba dejar que eso me arruinara el momento. Leo había insistido en que cenáramos fuera.
Empecé a delinearme los párpados cuando sentí sus labios contra mi hombro descubierto.
—Estás preciosa —susurró