No estaba segura de si aún soñaba, pero mi cuerpo ya había despertado. Especialmente al oírlo llamarme por mi sobrenombre, esa voz grave logró alcanzar directamente mis entrañas. Un suspiro escapó de mis labios, antes de que lograra abrir los ojos.
Leo estaba inclinado sobre mí. Sus pupilas encendidas, la respiración agitada. Sus dedos ardían al contacto con mi piel. Todas mis terminaciones nerviosas se estremecieron.
Mi cuerpo había sanado después del parto. Yo estaba bien. Sin embargo, él… él aún estaba en recuperación. Me atemorizaba. Llevé una mano a su pecho, intentando frenar esa ansiedad que empezaba a trepar por mis venas.
—Leo… tu cuerpo…
—Estoy bien —murmuró ronco su aliento golpeándome el oído—. No tienes idea de cuánto te necesito.
Fue una sentencia. No pensaba detenerse.
Yo traté de calmarlo, de pedirle que fuéramos lento… él solo sonrió. Tenía pleno control de sus movimientos. Jugó sucio. Sus dedos bajaron entre mis piernas, y el roce sobre mi ropa interior arrancó de mí