Estábamos los dos en la alcoba de la bebé. Ella dormía profundamente, ajena a nuestro debate silencioso que se había alargado por horas. Habíamos probado nombres suaves, nombres fuertes, nombres largos, cortos, antiguos, modernos. Pero ninguno terminaba de quedarse. Ninguno nos llenaba el pecho como debía.
Volvimos a su habitación, atraídos por la necesidad de mirar su carita una vez más antes de tomar una decisión. Y allí, en el silencio cálido de su cuarto, Leo lo dijo.
—Helena —susurró Leo.
Lo miré y lo repetí, con voz baja, saboreando la posibilidad:
—Helena...
Él sonrió explicándome el significado.
—Helena fue una guerrera —sus ojos fijos en la pequeña, como quien aprecia un tesoro valioso—. También una de las mujeres más hermosas en la historia. No solo por fuera... sino por la fuerza que representaba su existencia. Resistía, amaba, desafiaba. Y nuestra hija ha hecho todo eso desde antes de nacer.
Acarició con cuidado el borde de su mantita.
—Creo que eso es lo que significa ella