Desde el sillón, frente al ventanal, apenas distinguía el reflejo de mi silueta en el cristal. La lluvia seguía cayendo desde la madrugada, persistente, atrapada en el mismo bucle de agotamiento en el que me encontraba. El repiqueteo sobre los vidrios acompañaba la inercia del salón.
No escuchaba su voz. Su presencia se había desvanecido de los umbrales. Estábamos bajo el mismo techo... yo era el que se sentía como un extraño. En mi propia estancia.
Sé que esto es el resultado de mis acciones. Pero ya no tengo claro qué más puedo hacer para remediar lo que rompí. El estrés está devorándome por dentro.
He intentado acercarme a Vera. Dos veces. Primero en su despacho. Luego en la alcoba de la bebé. Y las dos veces recibí lo mismo: silencio. Una muralla invisible anulaba cualquier atisbo de reconciliación. A estas alturas... creo que estoy empezando a rendirme. Hay algo en su actitud que no logro entender.
Tal vez si hubiéramos sido una pareja inestable, de esas que rompen y se reconc