Apenas lo vi fruncir el ceño, supe que esto había sido una idea estúpida.
Leo respiró hondo. Se puso muy serio. No gritó, no armó un escándalo. Pero la frialdad con la que habló dijo más que cualquier gesto dramático.
—Marta, encárgate de que este olor desaparezca. La casa apesta, y ahora mismo tengo el estómago revuelto.
Eso fue todo. Pasó de largo, apoyado en su muleta. Se veía agotado, drenado. Thomas le ayudó a subir las escaleras sin que Leo se resistiera. Directo a su habitación. A la habitación que, días antes, yo misma había mandado a preparar.
Asumí que se sentiría incómodo compartiendo el mismo cuarto conmigo. Por lo tando, le pedí a Marta que arreglara su antigua habitación, la principal, aquella que él usaba antes de conocerme.
Alaric seguía con las manitos alzadas hasta que, cansado, comenzó a llorar. Sentí un nudo en el pecho. Dejé la tortica en la mesa. Lo tomé en brazos, besé su cabecita, meciéndolo, hablándole bajito, intentando calmarlo sin que mi voz se rompiera.
—M