No me moví. Solo lo observé.
Era un sueño. Otro más. Uno de tantos desde que llegué a este lugar. Pero había algo distinto. La sensación era tan intensa que por momentos dudaba si estaba dormida o despierta.
Leo estaba allí, en el rincón de la habitación. Sentado, inmóvil. Su silueta era inconfundible. Esa postura serena y dominante la conocía de memoria. Podía sentirlo. La energía que desprendía cuando estaba cerca. Aun sabiendo que no era real, mi cuerpo reaccionaba.
Mi pecho subía y bajaba con rapidez. Cerré los ojos, deseando detener esa imagen… pero cuando los abrí, él seguía ahí. Observándome.
Mi piel se erizó. Me sentí vulnerable y excitada. El camisón pegado a mi cuerpo, mis piernas enredadas en las sábanas.
Me llevé una mano entre las piernas, sintiendo la humedad que había empezado a formarse sin aviso. Me estremecí. Mi espalda se arqueó cuando imaginé su tacto.
Gemí bajito. Me cubrí la boca instintivamente. Mis dedos se movían con ritmo acelerado, mi otra mano acariciaba mi pecho. Me imaginé a sus manos allí. Su boca. Su aliento. Su mirada clavada en la mía.
Me corrí en silencio, mis ojos empañados de placer. Quedé unos segundos en el vacío, dejando que mi piel recuperara la calma.
Me cubrí con la sábana, la frente húmeda, el pecho agitado. Volví a cerrar los ojos. Y caí profundamente dormida.
Desperté lentamente, los ojos entreabiertos, aún pegados de sueño, ajustándose a la luz matutina. Me quedé tendida unos segundos en la cama, procesando la noche anterior. La calidez en mi vientre seguía allí. Giré el rostro hacia el sillón.
Vacío.
Claro que estaba vacío. Lo había estado siempre.
Negué con la cabeza, cerrando los ojos un momento más. Necesitaba una ducha fría.
''
Minutos después, vestida con el uniforme de trabajo, caminé por el pasillo del hostal rumbo a las habitaciones del fondo. Debía limpiarlas antes del mediodía. Apenas había dormido, mi cuerpo iba en automático. Me incliné para recoger las sábanas limpias, cuando de repente sentí un líquido caerme encima.
Me volteé, impactada, para ver a Ingrid de pie frente a mí, sosteniendo el balde de la trapeadora en la mano. Con el que había estado limpiando el pasillo hacía un rato. Mi camisa, mis pantalones, las medias, todo empapado de ese líquido turbio.
—Ups —musitó Ingrid, sin pizca de arrepentimiento. No se molestó en fingir.
La miré desde abajo. Ella tenía estampada una sonrisita burlona en su fastidioso rostro. Me dieron unas ganas enormes de arrancársela de la cara.
Me levanté contándo mentalmente, quitándome las gotas de la frente con la mano.
—¿No te vas a disculpar? —le cuestioné.
—¿Disculparme? Por favor. Fue un pequeño accidente, Vera, no seas tan exagerada.
Bufé de la rabia. La impotencia se me atoró.
—¿Qué? —me miró desafiante—. Este tipo de cosas pasan, tú sabes cómo es esto cuando uno se distrae.
—No fue una distracción —la acusé—. Me tiraste el agua sucia encima. ¿Cómo te vas a distraer así? Tenías el cubo en la mano y me podías ver. No estaba ni siquiera en tu camino.
Ingrid se encogió de hombros, dio un paso hacia mí, el gesto burlón ya reemplazado por una nota amarga.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Ir a quejarte? ¿Hablarle a tu patrocinador para que me echen?
Fruncí el ceño, desconcertada.
—¿Patrocinador?
—Claro, debes sentirte dueña del lugar ahora que un VIP te paga la habitación.
—¿De qué estás hablando, Ingrid?
—Te vi —espetó, escupiendo el veneno como una víbora—. Te vi en el ascensor con Leo Von Drachen ayer. ¿Cómo lograste que un hombre así se fijara en ti? ¿Qué fue lo que le diste? ¿Lástima?
El estómago se me hundió. Había tratado de ser tan cuidadosa... Me maldije mentalmente. Ingrid sí me había visto.
—Pues sí, conozco al señor Von Drachen porque me ha ayudado mucho, pero eso es todo. Y para tu información, la habitación se paga con mi sueldo.
Ella soltó una carcajada.
— Sí, ¿cómo no? Eso no se puede, genio. ¿Cómo hiciste para revolcarte con Leo?
Me hervía la sangre. Sentí un impulso atravesándome el pecho.
—No vuelvas a mencionar su nombre —le solté entre dientes.
—¿Y si lo hago qué?
La empujé.
Ingrid se tambaleó hacia atrás, la vi aturdida unos segundos, antes de irse contra mí tal fiera. Nos lanzamos la una sobre la otra, forcejeando en medio del pasillo. Me jaló del cabello fuerte, y yo respondí igual, cegada por la rabia. En un momento, estiré la mano y le arañé la mejilla, dejándole una marca roja al instante. Sus alaridos eran chillones.
Gritos. Insultos. Pasos apresurados. Un par de compañeros llegaron corriendo y nos separaron a los tirones. Ingrid pataleaba, escupía amenazas: «Perra de mierda», «Te vas a arrepentir». Yo solo respiraba agitada, con el corazón desbocado, sin entender del todo cómo yo había reaccionado así.
Lina apareció al fondo, corriendo. Nos miró impresionada.
—¡¿Se volvieron locas las dos?!
Ingrid aún gritaba. Me señalaba con el dedo, un compañero la sujetaba por los brazos para evitar que se lanzara de nuevo.
—¡Zorra con cara de mártir! ¡Eres de las peores! Las que van por la vida fingiendo ser dulces cuando son veneno puro. ¡Hipócrita! ¡Basura disfrazada de mosquita muerta! ¡Todo el mundo aquí debería saber quién eres en realidad!
Solo la miré, aún jadeando. No intentaba acercarme otra vez, pero no podía ocultar el temblor en mis manos. Ver su mejilla arañada me producía una sensación de culpa pero aún más fuerte de satisfacción.
—¡Suficiente! —ordenó Lina esta vez, cortando el ambiente como un látigo.
Los empleados se llevaron a Ingrid. Sus gritos se perdieron en la distancia. Antes de desaparecer, alcanzó a vociferar:
—¡Tarde o temprano te vas a caer de esa nube! ¡Y voy a estar ahí para verte!
Apreté los ojos un segundo y me apoyé contra la pared del pasillo, el uniforme chorreando agua sucia.
—Ve a cambiarte de ropa —me indicó Lina—. Luego ven a la sala de descanso. Vamos a hablar.
Me fui directo al baño del personal y me cambié sin mirarme en el espejo. No quería verme. No quería pensar. Mis manos seguían alteradas al recoger la ropa mojada y tirarla en la cesta sucia.
Después volví al pasillo. Tenía que limpiar el desastre. A pesar de todo, había que dejarlo impecable. Era lo mínimo. Empecé a secar el agua, sintiendo en la piel el eco de los insultos de Ingrid.
Entré a la sala de descanso con el cuerpo todavía tenso. Lina estaba sentada, esperándome. Cuando levantó la vista, su expresión se suavizó un poco.
—¿Te sientes mejor? —indagó serena.
Me encogí de hombros, tomando asiento frente a ella.
—No lo sé… Lamento mucho haberme comportado así.
Lina se inclinó hacia adelante.
—Vera, sé cómo es Ingrid. Sé que ha tenido actitudes complicadas, pero necesito entender qué pasó hoy. Fue un desastre. No te había visto así.
Tragué saliva, bajando la mirada a mis manos entrelazadas.
—He intentado evitar problemas desde que llegué. Pero Ingrid no paró de provocarme, Lina. Con comentarios, gestos, empujones, acciones de sabotaje, miradas burlonas… Todo el tiempo. Quise dejarlo pasar. Supuse que se cansaría.
—¿Y hoy simplemente explotaste?
—Hoy fue diferente. Me tiró encima un balde de agua sucia. Y cuando le reclamé, empezó a decir cosas…
—¿Qué cosas? —Lina me estudió atenta.
Respiré hondo. No quería parecer una niña llorona, pero ya no tenía caso ocultarlo.
—Supongo que me daba igual lo que dijera de mí, pero no iba a permitir que arrastrara el nombre de alguien que no tenía nada que ver. Del señor Leo Von Drachen. Tú sabes lo que él representa para mí.
Lina frunció el ceño.
—¿Se metió con el señor Von Drachen?
Asentí lentamente.
—Sí. Hizo comentarios sobre por qué estaba conmigo en el ascensor, cosas malintencionadas. Y yo... simplemente reaccioné. No quiero que lo involucren en este tipo de cotilleos por haberme ayudado.
Lina suspiró.
—Ya entiendo. Ingrid no soporta que otra persona más reciba atención, especialmente de alguien como él.
—¿Por qué lo dices? —la curiosidad me picaba.
—Porque aquí todos lo saben. Ingrid tiene un crush mal disimulado con el señor Von Drachen. Nunca se ofrece a atender a los VIP, pero cuando se trata de él, cambia completamente. Se pone melosa, servicial, él simplemente es cordial. Nunca le ha dado alas, pero eso no la detiene. Así que...tiene sentido... te vio con él y se puso celosa.
Yo respiré hondo. Quise sonreír de la ironía, sentí más rabia que gracia. Mentalmente le arañé la otra mejilla también.
—Eso explica muchas cosas…
—Vera, debiste decírmelo antes. Si me hubieses contado todo lo que estaba pasando, yo habría hablado con ella y puesto un límite.
—No quería hacer esto más grande, Lina. Pensé que se le pasaría.
Lina suspiró y se sentó a mi lado, tomándome la mano.
—¿Crees que me van a despedir? — le consulté.
—Te defendiste. Y no fue una pelea cualquiera, Vera, fue una reacción a semanas de hostigamiento. Yo me voy a encargar de que se entienda así. Hablaré con el supervisor. No te va a afectar nada, ¿me oyes? No voy a permitirlo.
—Gracias, Lina —susurré.
—No tienes que darme las gracias. Solo prométeme que, si algo así vuelve a pasar, me lo vas a decir antes de que terminen a puñetazos en medio de la calle... Y aquí entre nos.… me alegra que le hayas dejado un regalito en la cara.
Eso me sacó una pequeña risita.
La semana siguiente, todo cambió. Ingrid fue oficialmente despedida.
Al parecer, ya tenía antecedentes por conflictos con otros compañeros. Situaciones incómodas que se venían acumulando desde hace tiempo. Lo del balde fue la gota que colmó el vaso. Las cámaras captaron todo. Intentó negarlo, claro, pero no había manera de tapar la evidencia. Lo calificaron como acoso laboral, y su despido fue inmediato.
Yo, me sentía distinta. Más enfocada. Dormía mejor, comía más, caminaba más ligera. Aunque no lo dijera en voz alta, Ingrid me generaba ansiedad. Y saber que ya no estaba aquí era un alivio inmenso.
Además, el evento de la galería estaba cerca. Desde que Leo me habló de ello, no podía sacármelo de la cabeza. Todavía faltaba tiempo, pero el solo hecho de pensarlo me mantenía entusiasmada. Me compré unos aretes sencillos, fui con Lina a hacerme mi primera perforación de orejas, y también empecé a aprender algo de maquillaje.
Lina se había vuelto una amiga especial. Compartíamos turnos, bromas, confidencias pequeñas.
Mi vida por fin era normal…
Esa mañana, rumbo a cambiarme para el almuerzo. Pasé por el vestíbulo, que estaba sorprendentemente tranquilo. No era hora de check-in, así que el mostrador estaba vacío.
Me detuve abruptamente.
Los vi. Estaban allí. Afuera. Mi tío y mi tía.
Sus figuras eran inconfundibles, incluso a través del cristal. Él con su abrigo marrón gastado y la expresión de bestia herida; ella envuelta en su bufanda deshilachada, los ojos escudriñando cada rincón del hostal.
Se me aceleró el corazón. Un sudor frío me recorrió la columna
No tenía escapatoria. Me habían encontrado. Venían por mí.