Leo entró, quitándose el abrigo, venía sumido en sus pensamientos.
En el momento que sus ojos se posaron en mi silueta, escaneándome de arriba abajo, entreabrió la boca. Yo estaba apoyada en la mesa, una leve sonrisa ladeada apareció. El silencio fue más elocuente que cualquier palabra.
—Vaya… Buenas noches, preciosa.
Dejó el saco sobre la butaca, revisó atento la habitación, notando los detalles: las velas, la música, la cena servida.
—¿Todo esto es por algo… en especial? —el tono era sutil, pero la chispa de deseo, no se molestaba en ocultarse.
—Quería celebrarnos… y recordarte que sigo aquí —comenté traviesa—. Me siento mejor, Amor. De verdad.
Él dio un paso más, ya a escasos centímetros de mí, quiso tomar mi cintura… pero puse un dedo en su pecho, deteniéndolo.
—Aún no. Vamos a cenar primero.
Sus labios se curvaron apenas en un ademán iróni