Le sonreí con una dulzura perfecta.
—Vaya... me descubriste. Entonces, como mi buena amiga que eres, tendrás que guardarme el secreto, ¿sí?
Claudia retrocedió un paso tras otro, apuntándome con el dedo tembloroso.
—¡Tú… lo fingiste todo! ¡Y aun así te acostaste con Joaquín! Carolina, te subestimé. Eres la peor de todas. Voy a contárselo todo a Ricardo y a Joaquín. ¡Ellos deben saber que jamás perdiste la memoria! ¡Que todo fue una mentira desde el principio!
No la detuve. Solo me crucé de brazos y, justo cuando estaba girándose, solté con frialdad:
—¿Estás segura? Si se lo dices a Ricardo... ¿crees que aún querrá estar contigo?
Sus ojos se llenaron de pánico. Recordó, sin duda, lo que Ricardo había dicho esa mañana: que pensaba dejarla. Aun así, resopló y me enfrentó con altivez.
—Cuando sepa que lo engañaste, que dormiste con Joaquín fingiendo que no sabías nada, ¡te va a rechazar con asco!
Me encogí de hombros con indiferencia.
—Entonces lo negaré todo. Lloraré. Diré que me sentí abandonada y confundida… ¿Tú crees que no me va a perdonar? ¿Que no se va a sentir culpable? ¿Y si empieza a tratarme aún mejor?
Los ojos de Claudia se abrieron de par en par. En su mirada, vi algo que no esperaba: miedo.
—¡Eres un monstruo, Carolina! Esa carita de niña buena es solo una máscara. ¡Todo es una farsa!
No pude evitar soltar una carcajada.
—¿Y tú? ¿No te hiciste mi amiga solo para acercarte a Ricardo? ¿De verdad vas a decir que todo lo hiciste por amor?
Claudia negó con vehemencia.
—¡No! ¡Yo sí amo a Ricardo de verdad! Tú… ¡tú no lo amas! ¡Lo tuyo es puro teatro!
—Claro que lo amé —le respondí sin dudar—. Pero él me traicionó. Me cambió por otra. Me ofreció como si fuera un objeto.
—¿Y aun así te atreves a culparme a mí? —inquirió—. ¡Tú no vales más que yo!
La miré, sin compasión.
—Tú lo querías porque es un chico rico. Tú también te vendiste. No vengas a jugar a la mártir.
Su rostro palideció. Sus dedos temblaban de rabia mientras me señalaba.
—¡Eres aterradora, Carolina!
Negué lentamente.
—Aterrador es Ricardo, que empujó a su novia a los brazos de otro hombre sin pestañear. Me trató como mercancía. Yo solo me adapté a las reglas de su juego. Ahora Joaquín es mi pareja. Y lo será de ahora en adelante. Si quieres quedarte con Ricardo, buena suerte. Eso depende de ti. Yo no pienso competir contigo.
Claudia me miró con la barbilla temblando.
—Entonces, no amas a Ricardo. Ni a Joaquín. Solo te importa estar con alguien que tenga dinero, ¿verdad?
Solté un suspiro, perdiendo la paciencia.
—Sí amaba a Ricardo. Pero él no valoró ese amor. ¿Por qué debería seguir amándolo? Y Joaquín también me mintió. Por eso, nunca más daré todo de mí. Pero al menos, él no me ensució como lo hizo Ricardo. Si se porta bien conmigo, yo también sabré corresponderle.
Claudia torció la boca, incrédula.
—¿Y crees que puedes tener a Joaquín en la palma de tu mano? Él es más frío que Ricardo, mucho más difícil de leer.
—Ese ya no es tu problema —le dije, firme—. Si de verdad amas a Ricardo, agárralo fuerte. Las dos sabemos que la pobreza es algo que no queremos volver a vivir.
Me di la vuelta.
Y justo al girar, vi una sombra entre los árboles.
Un destello fugaz. Una figura negra que desapareció en un parpadeo.
¡Alguien había estado escuchando!