Massimo no pensaba rendirse. Sabía que había cometido errores imposibles de borrar, que el daño estaba hecho y que, por más que insistiera, Alba podía no perdonarlo jamás. Pero también sabía que si tenía una mínima oportunidad, debía tomarla, al menos para arreglar las cosas un poco. Si lo admitía, él quería verla reír de nuevo, quería volver a ser parte de esa vida que un día compartieron, incluso si tenía que ganárselo todo desde cero.
Esa tarde, Alba aceptó su propuesta de pasar un día familiar. Kiara estaba emocionada por su calificación, Fabri había preparado dibujos y recetas que quería probar, y la pequeña Kiada solo quería hacer una torre de bloques con su papá. Alba dudó en un principio, pero el brillo en los ojos de sus hijos la hizo ceder. No por Massimo. Por ellos.
El día comenzó con un picnic en el jardín de la casa. Los niños corrían con el cachorro que les habían regalado, y las risas llenaban el aire. Alba preparó sándwiches, fruta cortada en formas divertidas y jugo n