La noche había caído sobre Roma con un silencio extraño, demasiado pesado. Massimo llevaba lejos de Alba, con los ojos ardiendo y las manos crispadas ,la había dejado en el volante después de escuchar la verdad. El hombre tragó al pensar en cómo había dejado atrás la casa, como había huido como un cobarde, pero cuanto más kilómetro ponía entre él y Alba, más insoportable se volvía el vacío en su pecho.
Cada palabra de ella retumbaba en su cabeza como un eco cruel. “Me dejaste, Massimo… me creíste culpable… nunca volviste conmigo…”.
No recordaba haber sido ese hombre. No podía aceptar que alguna vez hubiera mirado a Alba con odio, que hubiera tenido en los labios palabras de desprecio para la única mujer que le había dado todo. No podía. Y, sin embargo, la certeza en la voz de ella no dejaba espacio para la duda.
Despues de practicmanete caminar todo aquel pueblo en el que estaban, terminó eteniendose en las afueras, en frnete de un cartel rojizo neon que simulaba la cilueta de una bot