Desde aquel momento en el camerino, Massimo había desaparecido como si Alba le hubiera lanzado una maldición. Se esfumó. Ni un mensaje, ni una mirada. Nada. Y claro, como era su costumbre, no tardó en correr tras Lía.
Foto, tras foro aparecía en las redes, Lía sonreía, pegada a Massimo como una garrapata feliz. En la imagen, estaban en lo que parecía una cena elegante. Él se veía serio. Ella, triunfante. Alba dejó el móvil sobre el tocador de maquillaje del set y suspiró con una mezcla de hastío y desdén.
—Que se ahoguen en su propio veneno —murmuró para sí.
Ya no iba a dejar que esas imágenes le arruinaran el día. Ya no. Había pasado años enteros atrapada en el mismo bucle emocional por culpa de un hombre que decidió castigarla como si fuera su dueño. Pero no más.
El rodaje avanzaba. Grabó dos escenas intensas en solitario, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió ligera, libré. No necesitaba probarle nada a nadie. Estaba ahí por ella misma. Por ese sueño que alguna vez vio apaga