Regresó a casa luego de llevar a su hermano al colegio otro día más. Afortunadamente, ese día no había tenido que luchar por despertarlo: se levantó de buen humor y voluntariamente se apuró en el cambio de ropa. Quizás el reencuentro con sus amigos lo había animado el día anterior para volver a sus estudios.
Buscó en su bolso, en su libreta y entre sus cosas personales la tarjeta de presentación de Mario Brunetti. Estaba decidida a llamarlo, pues si iba a la sede de su empresa perdería mucho tiempo en el viaje de ida y vuelta. Ya había ensayado lo que le diría para pedirle que la ayudara; sin embargo, tuvo que respirar hondo varias veces antes de decidirse a marcar. No quería importunarlo con algo que para él sería algo habitual el asedio y las calumnias en titulares, pero para ella era el fin de una vida tranquila y quizás, el fin de un trabajadora.
Inspiró... Exhaló...
—Buenos días, esta es la oficina del señor Mario Brunetti. ¿En qué puedo ayudarle? —saludó la mujer que atendió al