Kelly se acomodó en una de las mesas principales, rodeada de un despliegue de ostentosidad que parecía no tener fin. La cubertería era de plata, los platos de una porcelana blanca impecable y las copas, de un cristal tan fino que resultaba imposible distinguir una de otra. Los cubiertos se multiplicaban a ambos lados del plato, tantos que le parecía ridículo semejante protocolo. Tal vez era eso, o tal vez ella era una ignorante consumada en ese tipo de círculos.
Agradecía no tener que dar lecciones de etiqueta ni demostrar que no pertenecía a ese mundo, aunque solo el hecho de estar allí, en medio de tanto lujo, le provocaba cierto temor. Miró alrededor buscando un rostro amable, alguien con quien entablar una conversación casual que le ayudara a matar el tiempo que avanzaba con una lentitud desesperante.
Se sintió sola. Perdida entre desconocidos que hablaban de sus propiedades millonarias, de sus empresas multinacionales que se remontaban a tiempos inmemoriales, de joyas encargadas