Kelly tenía el celular entre el hombro y la mejilla mientras buscaba los zapatos en el armario.
—No te olvides de llevar el vestido que dejé, Kelly. Ese es el que debes usar. Sé que te va a quedar un poco grande, pero quizás puedas convencer al señor Locket de que te lo cambie o le haga los ajustes.
—¿Crees que lo ajustará para mí o se llevará un espanto?
—Tiene un ejército de asistentes, lo hallará. Y eres muy bella, lo dejarás con la boca abierta.
—¡De espanto! ¿Por qué te dio un vestido tan rojo?
—No lo sé y no se lo cuestioné. Yo solamente lo acepté porque era parte de un trabajo.
—Bueno, no importa. ¿Cómo está todo por ahí? ¿Has llegado bien?
—Sí, bien. El lugar es grande y está lleno de gente de todo tipo y edades. Me dan mucha pena los niños que están sentados esperando su turno de quimio, los padres con sus caras agotadas… Es como pasar por el valle de las sombras, como dice la Biblia. Me asusta un poco tener que, de a poco, ser parte y aceptarlo.
—No digas eso,