III

Entró a un pequeño cuarto que hacía de camerino y de bodega de algunas cajas de bebidas especiales que el dueño del lugar no se arriesgaba a dejar en la despensa principal en caso de posibles hurtos o algunas ‘misteriosas desapariciones’.

Kelly sin prestar atención a las conocidas cajas de alcohol que la rodeaban se vistió para tocar el piano que se hallaba en el escenario esperándola con un público dispuesto. Alisó su corto vestido y se contempló momentáneamente. Hizo unas secuencias de respiraciones lentas para aliviar los nervios que siempre tenía antes de subir al escenario, aunque después que se encontraba allí, se perdía en su espíritu musical y melódico que tomaba su mente y daba todo lo que tenía para los que estaban dispuestos a escuchar.

Tomó sus papeles, acomodó su sencillo peinado y salió al encuentro de su mejor y confidente amiga que la esperaba a unos pasos de la puerta con cierto atisbos de nervios. Kelly supuso que, como ella, los nervios se hundían en su pecho haciéndole cosquillas molestas que luego pasarían unas vez metidas en sus papeles de lo que mejor sabían hacer: música.

—¡Hola, Kelly! Por fin sales de ahí, creí que dormías o te habías muerto.

—Buenas noches, Allie. Estoy muy agradecida que hayas ido a verificar el estado de mi cuerpo con tanta premura -comentó Kelly con graciosa sonrisa-.

—Cierto. Bueno, ¿cómo has estado? ¿Pudiste ensayar la música y la letra?

—Bien, Allie. Lo de siempre, pero esta semana casi me harto del otro trabajo. No tienes idea de las ganas que tuve de… gritar -respondió con una mueca recordando los desagradables momentos-. Pero si pude ensayar un poco. Quédate tranquila, sabré improvisar si hace falta.

—Por esa mueca diría que fue el fenómeno de ese Darius… otra vez.

—Si tan solo pudiera quejarme delante de su padre, pero jamás está. Él está a cargo de todo.

—¿No se ha cansado de tener una negativa de tu parte?

—Al parecer, nada de mis buenas palabras funciona ya.

—Podrías renunciar.

—¿ Y estar meses sin un trabajo que realmente pague mis cuentas y la comida? No puedo. He buscado, pero nada que ayude realmente. No puedo dejarlo y no puedo dejar más tiempo de mi vida buscando trabajos que no me rindan económicamente, sabes mi situación…

—Lo sé, tienes razón, lo siento. No me imagino como es tener una vida más a tu cargo y a veces se me olvida lo difícil que es. Por cierto, ¿cómo está él?

— Hoy bien. Tuvo una pequeña recaída la semana pasada. Tengo que volver a comprar los medicamentos y un nuevo inhalador – informó Kelly masajeando su frente con sus dedos volviendo a sentir la pesada piedra sobre sus hombros.

Allie miró a su amiga, que era casi diez centímetros más baja que ella. Su rostro denotaba algo de cansancio, pero no el cansancio físico sino el emocional. Sabía que poseía una fuerza excepcional cuando se hablaba de lo físico. De hecho, una vez, había sido testigo del puñetazo que le dio a dos clientes al mismo tiempo que en estado de ebriedad querían meter las manos debajo de las faldas de ambas cuando servían sus bebidas. Ese momento fue glorioso para los ojos de todas sus compañeras que la ovacionaron en el vestuario antes de retirarse. Había sido reprendida por el dueño diciéndole que podría haber hecho una denuncia, pero era sabido que casi nada se hacía en esos casos, pues la mayoría de las meseras eran tratadas de la misma forma constantemente. Así que se había hecho justicia por mano propia y el júbilo fue tanto que las invitaron para ser parte y crear una noche de chicas que a partir de ese día se celebraban una vez al mes.

La vida las había reunido en un mismo día en busca de trabajo haciendo lo que más anhelaban: cantar y hacer música a gusto. Incluso hacían sus propias letras que eran bienvenidas para la felicidad de los clientes habituales y nuevos oídos que llegaban al local con una pequeña esperanza de que algún cazatalentos se pudiera presentar y ver qué tenían todo para darlo y triunfar. Sin embargo, ese momento había llegado para una de ellas hace unas semanas antes, mas en esos instantes un problema personal se interponía en sus intereses y no lo podía posponer por más tiempo. Su estado de salud empeoraba con cada día que pasaba y sospechaba que podría ser, o eso pensaba. Tendría que tomar una decisión: o faltaba a su palabra dada a quién había contratado sus servicios en una gran fiesta de beneficencia y se guardaba sus pensamientos para sí misma o suplicaba a Kelly que la ayudara y tomara su lugar. Ella era perfecta para eso, no defraudaría a nadie. Daría un espectáculo sin practicar si se lo proponía, pero quedaban menos de cuarenta y ocho horas para la inminente fiesta donde asistirían personas tan importantes como enfundadas en ropas tan brillantes y cegadoras. Ese tendría que haber sido su momento para brillar y dar un paso adelante hacia el éxito, pero el destino, al parecer, no estaba de acuerdo con sus más deseados sueños. Le quedaban unas pocas horas para decidirse si callar o tirar la bomba a su querida amiga que ya comenzaba a mirarla con extrañeza esperando que dijera alguna palabra. El pánico y los nervios casi le impedían decir alguna expresión, pero se obligó a ser fuerte aunque sea por unos minutos antes de subir al escenario y olvidar, por un rato, la terrible decisión que tenía que tomar.

Valentino de Lucca cruzó la puerta de aquel local, que medido por sus gustos, parecía de poca monta. Mesas tambaleantes de madera barnizada, sillas tan disparejas de colores que bien podrían ser de un circo, los uniformes tan opacos de las meseras no alentaban a siquiera pedir un vaso de agua. Nada a lo que estaba acostumbrado: ruido, destellos y excesos.

Los rostros cansados o recelosos de aquellas trabajadoras eran el reflejo de una presión y la falta de gratitud y remuneración de quienes las empleaban. Daban tanta pena sus estados que no se sentía invitado sino como una carga más, pero su insistente amigo organizador, prácticamente lo había empujado a entrar y tomar asiento cerca de una esquina con una penumbra por la falta de luz y ventilación. Si hubiera sido uno de sus inspectores, habría clausurado ese lugar en aquel mismo instante con solo ver el estado del cartel de presentación que se hallaba en la entrada.

Se acomodó como pudo en el estrecho asiento y con la desgana que ya traía, hizo un gran esfuerzo por estar lo más cordial y servicial posible con los que lo observaban de reojo y con su amigo que le hablaba sin para que quedaría encantado con los arreglos realizados para la pronta fiesta de beneficencia a realizarse.

—Como te digo Valentino, vas a notar que no solo tiene cara sino una voz de ángel que cautiva tanto como una sirena en medio del mar. Te lo aseguro. Quedarás encantado. Es fabulosa además de una belleza sin igual ¿Qué me dices?

—Marcus, hubiera sido más sencillo contratar una profesional conocida —dijo en un tono áspero no convencido de las exageradas adulaciones hacía su interlocutor—. Tú tienes los contactos para hacerlo y el dinero no es problema. No entiendo cómo…

—Lo sé, lo sé, pero sabes que me gusta llevar a nuevas voces.

—Si lo haces para escatimar gastos…

—No, no, no. Sabes que en otras fiestas siempre están las mismas cantantes, las mismas canciones y las mismas caras, es un poco aburrido, ¿no crees?. Con esta podrías recaudar más y sería una oportunidad para esta miserable alma que intenta volar. La ayudamos a triunfar y todos ganamos. En la mañana serás un gran alentador de nuevos talentos.

—¡Qué noble! – ironizó Valentino con una sonrisa ladeada.

—¡Por supuesto! Soy muy amable y empático con los jóvenes novatos.

—¿De dónde la conociste? No creo que la hayas sacado del primer bote de basura que hayas visto, eres el tipo más delicado que conozco.

—Bien, bien… -hizo una mueca y confesó – es prima de mi amigo que buscaba algo de dinero. Dice que es representante de ella y escuchó que andaba buscando una voz innovadora y aquí la tienes.

—¿Le hiciste firmar un contrato y demás acciones correspondientes?

—Por supuesto , Val.

—Valentino – dijo con voz más grave con dura expresión.

—¿Qué?

—Me llamo Valentino, no “Val”. No te pases.

—Sí, sí – dijo Marcus con fingida resignación-. No sé cómo te aguanto todavía.

—Lo haces porque te pago una buena suma para eso.

—Cierto, pero eso no quita que eres un pesado cuando te lo propones.

—Buenas noche, señores. Bienvenidos. ¿Les sirvo alguna bebida o quieren la carta de aperitivos especiales? – dijo una mesera que se había acercado a ellos de forma tan repentina que parecía que se había teletransportado desde la esquina donde estaba anteriormente.

—Yo quiero un gin tonic, por favor, y un vaso de agua – pidió Marcus -.

—Bien, y ¿usted señor?

—Whisky doble, por favor.

La mesera se retiró no sin observar detenidamente al hombre de ropas oscuras que presentaba un rostro tan aburrido como cansado.

Marcus Locket, en tanto, esperaba que la joven mujer que había contratado ganase la aprobación de Valentino para su fiesta. Miraba constantemente su reloj porque el espectáculo estaba retrasado más de diez minutos y Valentino no era hombre que soportara el retraso. El sudor en su frente y con el corazón latiendo a velocidad empezó a mover una de sus piernas con inquietud. Estaba casi preparado para saltar de su asiento como un resorte e ir a la parte trasera del edificio para sacar a rastras a la mujer contratada y hacerla cantar. Sin embargo, se levantó un murmullo y la gente a su alrededor se volvió expectante menos, por supuesto, su amigo Valentino que seguramente veía correos o realizaba negocios con tu móvil en mano.

Las luces del dónde del escenario parpadearon con destellos de estrellas para todos lados, las voces de los presentes comenzaba a subirse y se sentía la excitación recorrer.

—Señores, aquí están sus bebidas— dijo la camarera que se inclinó dejando notablemente a la vista su gran escote.

—Gracias – agradecieron al unísono el par de hombres sin prestar demasiada atención—.

—Un placer servirlos, caballeros. Si desean algo más, pregunten por Kitty. Vendré corriendo -y dando media vuelta con una sonrisa coqueta se alejó contoneando las caderas-.

—¡Vaya! Ha clavado los ojos en ti.

—Me sentí devorado -dijo Valentino simulando un escalofrío-.

—Tienes el aura de...

—Por cierto, Locket —cortó el comentario—, si tu sirena no aparece antes de que haya terminado mi trago, me voy.

—¡No, espera! Siempre tienen un pequeño retraso, ya sabes…

—Ese retraso lleva un cuarto de hora, Locket. Tengo cosas más importantes que hacer.

—Solo unos minutos más…

Marcus volvió a revisar su reloj casi desesperado.

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