“Y este hijo que espero, es suyo”. Aquella frase se repitió como un eco lejano en la mente de Macarena. Sintió que le falta el aire y no podía moverse, estaba inmóvil, sin palabras.
Marlene respiró hondo antes de continuar. Sus manos temblaban mientras acariciaba su vientre, como si necesitara aferrarse a algo para poder mantener aquella cruel mentira.
—No vine a hacer un escándalo —dijo con la voz quebrada—. Vine porque no entiendo qué pasó. Él me prometió algo.
Macarena permanecía en silencio, tratando de entender que estaba pasando. Apoyó la mano en el marco de la puerta evitando caerse.
—¿Qué fue lo que te prometió? —preguntó con voz temblorosa.
Marlene levantó el rostro. Sus ojos estaban enrojecidos y parecía haber llorado, por lo que sus palabras mostraban el dolor que sentía.
—Hace cinco meses… poco después de que murió su prometida —comenzó—. Él estaba destrozado. Yo trabajaba en la empresa, era su asistente personal. Lo veía llegar tarde, quedarse solo en la oficina. Un dí