Jeremías bajó las escaleras y fue hasta su oficina. Abrió una botella de wiskhy y se sirvió un trago. El sabor del licor quemó su garganta y aun así, era leve comparado con el fuego que sentía en su interior teniendo a Macarena cerca, deseándola y sin atreverse a amarla.
—Tengo que calmarme, joder. —murmuró mientras tomaba asiento en el sillón ejecutivo de cuero negro.
A pesar de que con sus palabras trataba de convencerse de ello, el deseo crecía en su mente con mayor intensidad, como si poco a poco estuviese iniciándose un incendio que en cuestión de segundos lo consumiría todo, incluyéndolo a él mismo.
Mientras Jeremías luchaba con sus sentimientos hacia Macarena, ella se aferraba a la esperanza de que en algún momento, él volviera a ser el hombre protector y apasionado que se topó en aquella cafetería y del que sin pretender, ni pensar se enamoró.
Sin embargo, lo que ha de suceder, quieras o no, sucederá. De ello, Macarena era la prueba. Su vida había dado un giro inesperado c