Apenas Macarena entró a la pensión, Doña Marta la estaba esperando para invitarla a cenar. Aquella chica no sólo le generaba compasión sino que también era una buena compañía para ella, que no tenía muchas veces con quien conversar.
—Te estaba esperando. Quiero que me acompañes a cenar. He preparado una tortilla valenciana que me ha quedado exquisita.
—La verdad, no tengo hambre —respondió con voz cansada.
—¿Vas a despreciar mi invitación? —cuestionó la mujer.
—No, no es eso. Es que…
—No te hagas de rogar. Además anoche no cenaste tampoco. —dijo con preocupación.
Macarena bajó la cabeza apenada.
—Está bien, iré.
—Así me cuentas como te fue en la sesión de fotos hoy.
Ambas entraron a la casa y mientras Doña Marta servía la tortilla, Macarena no paraba de pensar. Durante la comida, no hizo otra cosa que mover el tenedor de un lado a otro del plato, se veía distraída y con la mirada perdida.
—Vamos Macarena… —dijo Doña Marta finalmente, observándola con atención—. Si sigues así, l