Macarena bajó del taxi con los brazos cruzados, vestida para una elegante celebración a la cual no asistiría.
—Venga, le presentaré a Doña Marta. —dijo el hombre.
Ella asintió y lo siguió de cerca. El taxista tocó la puerta un par de veces hasta que una mujer robusta, de sonrisa amable, le abrió.
—Buenas noches, Arquímedes —contestó con voz suave, sin percatarse de la chica que estaba detrás de él.
—Buenas noches, Doña Marta. He traído una nueva inquilina.
La morena dio un paso hacia adelante tímidamente, mientras la mujer se colocaba los óculos que llevaba colgado en su cuello viendo de pie a cabeza a la hermosa chica. Aquella joven no se veía necesitada. Por el contrario, estaba muy bien vestida y se le notaba lo delicada que era.
—¿Estás seguro de que quieres quedarte en esta humilde pensión? —murmuró la mujer—. Sabes que las personas que viven aquí son muy humildes y necesitados.
—No todo lo que parece ser, es —respondió el hombre con sabiduría.
Macarena alcanzó a oír el come