— Rebeca Miller
El motor del auto se apagó suavemente y el silencio de la noche nos envolvió. Me quedé unos segundos mirando por la ventana, viendo cómo la luz del faro iluminaba la fachada de mi casa. Respiré hondo, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, mi pecho no estaba tan oprimido.
—Gracias… por todo, Viktor —murmuré, girando la cabeza hacia él.
Sus ojos, tan serenos como siempre, se fijaron en los míos. Tenía esa mirada que no necesitaba palabras para hacerme sentir segura.
—Siempre estaré para ti, Rebeca —respondió con una firmeza que parecía promesa.
Ese “siempre” me atravesó. No era una frase vacía, lo sentí en su tono, en la manera en que sus manos seguían reposando con calma sobre el volante, como si estuviera dispuesto a quedarse ahí el tiempo que fuera necesario. Le sonreí, suave, agradecida, y asentí.
—Gracias… —Susurré otra vez, como si repetirlo pudiera abarcar todo lo que sentía.
Abrí la puerta y bajé del auto, sintiendo cómo el aire fresco de la noche acar