Caminó de nuevo hacia el escritorio, se sentó y colocó ambas manos sobre la superficie, como si necesitara aclararse a algo sólido para no derrumbarse.
—Porque confío en ti —dijo con seriedad, mirándome directo a los ojos—. Y porque quiero pedirte algo.
No dije nada. Solo lo observa.
—Quiero que cuides a Rebeca. Que la protejas… de su hermana —continuó—. Esa mujer y su madre han estado viniendo aquí. Me han pedido dinero. Les he dado lo poco que tengo, pero no es suficiente para ellas. Siguen insistiendo. Amenazan. Quieren más.
—¿Y qué buscan? ¿El 25%? —pregunté, comenzando a entender.
-Si. Quieren lo poco que le queda a Rebeca. Quieren arrebatarle hasta su legado. Y no lo permitiré —declaró con un hilo de voz.
Lo miré con atención. Estaba derrotado. El peso de sus errores lo aplastaba desde adentro.
—Señor Bruno… —dije, poniéndome de pie.
Él levantó la mirada, como si esperara un juicio.
—Cuente conmigo —dije con firmeza—. No dejaré que la madre de mis hijos se quede en la calle. Ell