– Rebeca Miller
Llegamos a casa entrada la noche. El viaje de regreso había sido silencioso, cargado de pensamientos que iban y venían como olas golpeando sin descanso. Julian conducía con una calma que yo agradecía. En el asiento trasero, mis hijos dormían profundamente, rendidos después de un día tan emocionalmente agotador.
Apenas el motor se apagó, vi la luz del porche se enciende. Mi madre, siempre pendiente de todo, salió con su bata de algodón y su rostro preocupado. Nos inspeccionamos desde el umbral con ternura y cansancio.
— Buenas noches —dijo con voz suave.
Julián salió primero del auto con cuidado, cargando a Damián entre sus brazos como si sostuviera algo sagrado.
— Buenas noches, señora —respondió él con una sonrisa educada.
Yo le devolví la mirada a mi madre y asentí, agotada.
—Buenas noches, mamá. ¿Nos ayuda?
—Claro que sí, hija. —Se acercó sin dudar y con dulzura tomó a Eva , que dormía profundamente con su manita cerrada sobre su abrigo.
Yo abrí la puerta trasera de