– Charles Schmidt
Estoy sentado a una distancia suficiente para observar sin ser visto, aunque no lo necesito. Puedo verla con claridad, como si el foco del salón la iluminara solo a ella. Rebeca.
Está sentada al lado de ese hombre. Ese maldito tipo que apareció de la nada y que ahora parece tener un lugar que yo nunca supe ocupar. Lo veo inclinarse hacia ella, hablarle al oído, acariciarle la mano como si le perteneciera. Y ella… ella lo abraza. Con ternura. Con la misma ternura con la que alguna vez me miró a mí… o al menos con la que sueño que lo hiciera conmigo.
Estoy muriéndome de celos. No lo disimulo. No lo intentó. Porque este dolor en el pecho, esta punzada punzante, no se parece a nada. Ahora estoy viviendo en carne propia lo que Rebeca debió sentir cada vez que yo me alejaba, cada vez que me encerraba en mis silencios, en mi orgullo, en mis malditas excusas.
Ella pensaba que yo le era infiel. Lo sé. Lo vi en sus ojos más de una vez. Pero nunca lo fui. Jamás toqué a otra mu