– Rebeca Miller
Camino de un lado a otro por el pasillo del hospital, incapaz de quedarme quieta. Mis pasos resuenan sobre el suelo pulido, y cada sonido me perfora los nervios. Siento el corazón a punto de estallarme dentro del pecho. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que trajimos a Charles; podría haber sido media hora o toda una vida.
No han salido los médicos, no han dicho una palabra. Solo el silencio frío de este lugar, interrumpido por el pitido de los monitores y las voces lejanas de enfermeras que van y vienen.
Me detengo frente a la puerta de la sala de emergencias. Mis manos tiemblan. Trato de respirar, pero el aire no llena mis pulmones.
—¿Por qué, Charles? —susurro, con la voz rota—. ¿Por qué ahora?
De pronto, escucho pasos apresurados detrás de mí. Me vuelvo y veo a mi madre correr hacia mí con el rostro pálido, los ojos llenos de lágrimas. A su lado viene Don Augusto, más serio que nunca, con el ceño fruncido y la mirada preocupada.
—¡Hija! —exclama mi madre, abrazánd