— Rebeca Miller
Apenas el auto se detuvo frente al hospital, sentí que el aire se me escapaba del pecho. Mis manos temblaban sobre mis rodillas y mi corazón latía tan fuerte que apenas podía escuchar mis pensamientos. El chofer corrió a abrir la puerta y mi madre, que iba a mi lado, me sujetó del brazo antes de bajar.
—Hija, tranquila —me dijo en voz baja, intentando mantener la calma—. Necesitas ser fuerte.
Asentí, aunque ni siquiera estaba segura de poder sostenerme en pie.
Apenas entramos al hospital, uno de los guardaespaldas de Charles se acercó a nosotras. Tenía el rostro pálido, manchado de polvo y con la camisa arrugada. Se notaba que venía de una escena de caos.
—¿Qué sucedió? —pregunté con la voz entrecortada, acercándome a él con desesperación—. ¿Dónde está mi esposo?
Él bajó la mirada un instante antes de responder:
—Señora Schmidt, cálmese, por favor. El señor está siendo atendido ahora mismo.
—¿Qué fue lo que pasó? ¡Dígame! —le exigí con el alma en la garganta.
—El seño