— Charles Schmidt
Estoy en mi oficina, sentado frente a un montón de papeles que no dejan de acumularse sobre mi escritorio. Los observo sin interés, sabiendo que hoy no podré concentrarme. No importa cuántas firmas tenga que poner ni cuántas reuniones me esperen, porque mi mente está en otro lugar… en ella.
En Rebeca.
Respiro hondo y dejo la pluma a un lado. Aún puedo sentir su perfume impregnado en mi piel, en mi camisa, en mi respiración. La felicidad que siento es tan grande que no me deja pensar con claridad.
Después de tantos años, después de todo el dolor, mi Rebeca volvió a mí.
Apoyo los codos sobre el escritorio y me paso una mano por el cabello. No puedo evitar sonreír. Esta mañana, mientras la veía bajar las escaleras con ese vestido rojo que le regalé hace tiempo, supe que había recuperado algo que creí perdido para siempre. Esa mujer, la que me enseñó a amar sin medida, estaba otra vez a mi lado.
Y no pienso perderla nunca más.
Tomo mi teléfono y busco el número de mi pad