Estoy en el apartamento de mi tía, en el sur de la ciudad. No era gran cosa, sólo dos habitaciones, pero era nuestro hogar. Un barrio humilde, donde las calles eran estrechas y el sonido de los vecinos era parte del día a día. Pero allí había paz. Y después de todo lo vivido, eso era lo que más valoraba.
Esa noche estaba en la cocina, preparando una deliciosa avena para mis tres hijos. Revolvía la olla mientras el aroma cálido llenaba el pequeño espacio. Carmen, como siempre, me ayudaba a poner la mesa. Colocó las cucharas con delicadeza, y yo puse las tazas humeantes sobre los individuales de plástico gastado.
—Aiden, Damián, Eva —llamé con voz alta pero dulce—. ¡Vengano! ¡La cena está lista!
—¡Vamos a ver quién llega primero! —gritó Aiden desde el cuarto. Siempre tan competitivo, tan igual a Charles… aunque eso me doliera reconocerlo.
Los tres corrieron y se sentaron con entusiasmo. Eva me guiñó un ojo, coqueta y risueña como siempre. Le sonreí. Damián, más callado, soplaba con cuid