La suite de Amanda olía a jazmín, vino tinto caro… y secretos. Las cortinas de terciopelo carmesí estaban entreabiertas, dejando que la ciudad brillara allá afuera como una amante inalcanzable. Dentro, todo era silencio y sombras. Solo el crujido del hielo en la copa de whisky rompía la calma artificial.
Amanda se recostó en el diván con la elegancia de una actriz retirada que aún se sabía irresistible. Llevaba una bata de seda negra con bordados dorados, el cabello recogido en un moño alto y unos tacones de aguja absurdos para estar en casa. Pero Amanda no sabía ser otra cosa que teatral.
—Dime una cosa, Ángela… —murmuró, girando lentamente la copa en la mano—. ¿Cuando tienen relaciones, él usa condón? —Angela negó con la cabeza—. ¿Se ha corrido dentro de ti? —la muchacha asintió con la cabeza.
Ángela, sentada al borde del sofá como una adolescente que intenta lucir adulta, dejó caer el móvil sobre sus rodillas desnudas. Solo llevaba una camiseta XL de Balenciaga y bragas de encaje.