「Narrador」
Samanta entró con pasos suaves, aún con la bata de baño y el cabello húmedo recogido en un moño suelto. En sus mejillas aún quedaban rastros del vapor del spa, y sus uñas recién esmaltadas brillaban en color vino bajo la luz cálida de la habitación.
Pero el olor a colonia masculina y tela arrugada la alertó de inmediato.
Se detuvo en seco.
Matías estaba abriendo cajones. Su maleta yacía sobre la cama, ya medio llena. Ropa enrollada, camisas aún con la etiqueta, zapatos lustrados, todo caía dentro con rabia y prisa. No la vio entrar. O sí, pero no le importó.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, arrugando el ceño.
Él ni levantó la vista.
—¿Qué crees? Me regreso a México esta misma noche.
—¿Qué? —Samanta avanzó unos pasos—. ¿Pero cómo que te regresas? Apenas llevamos dos días aquí. Pensamos quedarnos toda la semana. ¿Qué pasó con la idea de reconectar, de disfrutar…?
—Todo eso se fue a la mierda —soltó él, seco, sin detener el movimiento de sus manos—. Gracias a tu querido A