La camioneta negra se detuvo frente al edificio residencial más exclusivo de Lomas de Chapultepec.
—Quiero quedarme aquí —dijo Samanta con voz suave, sin mirarlo.
Matías giró apenas el rostro hacia ella, estudiándola.
Estaba hermosa, incluso sin maquillaje, con el cabello suelto y la mirada extraviada. Pero no era la belleza lo que le interesaba en ese momento.
Era el desprecio silencioso con el que lo trataba.
—¿Segura? Podrías venir conmigo a casa de mi padre. Necesitamos discutir lo de Adrián.
—Discútelo tú. Necesito estar sola. Ducharme. Pensar.
Matías asintió con una sonrisa falsa. Le abrió la puerta desde su lado, bajó, y esperó a que ella bajara.
—Te escribo más tarde.
Samanta no respondió. Solo caminó sin mirar atrás.
Apenas se cerró la puerta del edificio, Matías subió de nuevo a la camioneta, soltó un largo suspiro y se pasó la mano por el rostro con violencia.
—Llévame lejos de aquí —le dijo al chófer.
Y sacó el teléfono.
Marcó a Ángela.
Tres tonos. Cuatro.
—¿Ya era hora, n