Salvatore Rivera es hombre del momento y uno de los mejores jugadores de futbol del último siglo y no lo dice él. Tiene una vida perfecta hasta que su hermana tiene un accidente dejando a su única hija a su cuidado. Eso lo deja en la necesidad de hacer algunos cambios a su vida. La primera: encontrar una esposa. No tendría por qué ser algo difícil, sino fuera porque ya está casado. Isabella De Luca nunca creyó que su vida daría un giro completo el día que Salvatore regresara a su vida. ¿Cómo es posible que estén casados? En su mente solo hay una solución posible, pero él tiene otros planes y quizás ella no tenga más opciones que ceder.
Leer más«¿Casada?» La pregunta se repetía en la cabeza de Isabella una y otra vez mientras los pasos de su primo y su esposa se escucharon cada vez más lejos.
Isabella miró hacia los costados a la espera de que sus tíos o primos salieran de algún lado y le dijeran que todo se trataba de una broma. Esa era la única explicación que podía encontrar para que un hombre al que no había visto en casi un año se presentara en la boda de su primo alegando estar casado con ella. Por supuesto, nadie apareció.
Sus ojos se posaron en Salvatore, que parecía indiferente a todo el lío que acaba de desatar.
—¿Estamos casados? —preguntó aún en shock.
Su cabeza le ordenó correr al interior de la casa y esconderse, pero sus músculos habían dejado de obedecer.
—Eso es lo que dije.
El tono condescendiente impregnado en su voz la hubiera molestado en otras circunstancias.
—Eso es imposible, jamás me habría casado con alguien como… —Se quedó en silencio antes de terminar la frase.
—Y sin embargo eso es lo que los registros dicen. Imagina mi sorpresa cuando empecé a tramitar mis papeles para casarme y descubrí que ya estaba casado. —Pese a sus palabras, Salvatore lucía tan calmado que era imposible de sí en verdad algo podía tomarlo por sorpresa.
—Eso es imposible —repitió como un disco rayado.
Salvatore se mantuvo en silencio como si le estuviera dando tiempo a acostumbrarse.
¿Cómo demonios se había metido en aquello?
Conoció a Salvatore en su último verano. Había decidido viajar a algunos países durante casi dos meses. Después de terminar la universidad y trabajar sin parar por un año, sus padres le habían sugerido un descanso.
Su viaje empezó en Europa para luego visitar Norte américa. El último de sus destinos había sido Las Vegas. Un destino que decidió de último momento, pensó que sería algo divertido y así fue... ahora no lo parecí tanto.
Estaba en el bar de su hotel, en su segunda noche en Las Vegas, cuando lo vio. Salvatore era un hombre alto, un poco más del metro ochenta, ella le llegaba con suerte al hombro. Sus ojos oscuros era uno de los rasgos que más le habían fascinado y todavía lo hacían. Era como si pudiera descubrir muchos secretos si los miraba con suficiente atención.
Ella había hecho una broma y él se había reído. Después de algunos intercambios más, llegaron las presentaciones. Un trago se convirtió en dos y así le siguieron otros más. Sus recuerdos se volvían más borrosos a partir de allí hasta convertirse en una completa bruma negra. Despertó la mañana siguiente completamente desnuda con él a su lado. Apenas dudó unos segundos antes de salir corriendo.
Aunque fuera difícil de creer, no había reconocido a Salvatore en ese momento. Y no lo hizo hasta un par de semanas después, cuando su padre y hermano celebraban frente a la televisión. Le tomó apenas unos segundos reconocer aquel rostro que lanzaba un guiño juguetón a las cámaras.
Era difícil fingir que lo que había pasado en las Vegas se había quedado allí, cuando empezó a ver el rostro de Salvatore por todos lados. Era como si no pudiera librarse de él.
—¿Y los anillos? No se supone que deberíamos haber tenido anillos si nos casamos.
—Quizás nos lo quitamos o lo arrojamos. —Salvatore sonrió de lado—. ¿Quién sabe y qué importa? Eso no cambia lo que dicen aquellos papeles.
Intentó pensar con la cabeza fría. Tal vez todavía podía solucionar aquel embrollo sin que su familia se enterara. Sus padres la iban a matar cuando se enterarán de que se había casado con un completo extraño bajo los efectos del alcohol.
—Así que… ¿estás aquí para que firme el divorcio o algo parecido? No tienes que preocuparte de que pida la mitad de tus bienes, no estoy interesada, puedes quedarte con todas tus cosas —dijo todo eso sin tomar una sola bocanada de aire. Cuantos antes sacara a Salvatore de allí, menos probabilidades de que sus padres empezaran a sospechar—. Solo dime dónde firmo.
Un brillo peligroso apareció en los ojos de Salvatore e Isabella supo que lo que vendría a continuación le iba a gustar menos que enterarse de que estaba casada.
—No, vine para decirte que pienso hacerte cumplir tus votos.
Isabella sonrió desde el umbral de la puerta al ver a su esposo echarse sobre la alfombra mientras sus dos hijos se abalanzaban sobre él. Acababa de levantarse y los gritos de sus hijos lo habían llevado hasta la habitación de Caeli. —¿Te rindes? —preguntó Caeli mirando a su padre directo a los ojos. Sería bastante intimidante si no midiera menos de la mitad de Salvatore y si no se viera tan tierna. —Aún no —desafió Salvatore. Palabras incorrectas. Caeli le dio una mirada a su hermano. —¡Ataca! El pequeño Matteo no lo pensó dos veces y se lanzó sobre su padre riendo a carcajadas. A su corto año y medio, su hijo admiraba a su hermana y hacía todo lo que ella ordenaba. Salvatore se mantuvo en el suelo fingiendo que era porque sus hijos lo mantenían allí. En días como aquellos se enamoraba un poco más de su esposo, si es que acaso aquello era todavía posible. Él no solo era un buen esposo, sino también un padre excelente, aunque eso ya lo había demostrado en el pasado con Caeli, l
Salvatore se observó de pies a cabeza en el espejo. No se sentía cómodo vistiendo tan formal —nunca lo había hecho— prefería las ropas informales, pero ese no era cualquier día. En apenas unos minutos se iba a casar con Isabella. Así que sí… Merecía la pena usar aquel traje. —¿Nervioso? —preguntó Michelle.Encontró su mirada a través del espejo mientras se arreglaba por décima vez el corbatín en su cuello.—Ni un poco —respondió.Sonó más seguro de lo que se sentía en realidad, pero su amigo lo conocía demasiado bien como para creérselo. Él lo miró incrédulo.Salvatore soltó un suspiro.—Quizás un poco —admitió.Volvió a observarse y otra vez dirigió sus manos hacia el corbatín para acomodárselo otra vez, aunque al igual que la última vez estaba perfecto. Sí, estaba nervioso y no porque tuviera dudas sobre casarse con Isabella. Había esperado ese día con ansias y ahora por fin iba a suceder.Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones para tratar de mantenerlas quietas.—¿Qué
Isabella se recuperó de la impresión unos segundos después. El miedo no servía de nada. Si dejaba que Nina se marchara, quien sabía si la atraparían alguna vez. No iba a vivir pensando siempre que en algún momento podía hacerle daño a ella o su bebé. Se debatió entre ir tras de ella, lo cual era probablemente lo que Nina quería. Si la alejaba de sus guardaespaldas podría atacarla. Pero sería una completa idiotez arriesgarse así. Por otro lado, no podía dejarla escapar. Una idea se le ocurrió. Estaba por girarse para tomar su bolso cuando sintió que alguien colocaba la mano en su hombro. Dio un respingo y giró la cabeza. Salvatore estaba justo a su lado con una sonrisa calmada. —Hola, conejita. —Salvatore se sentó a su lado y depositó un beso en su mejilla. —Nina —susurró, esperando que él la entendiera. —Lo sé. Miles de preguntas se formaron en su cabeza mientras intentaba comprender por qué, si él sabía que Nina había estado allí, lucía tan tranquilo. —Pero… —Tranquila. —Él r
Salvatore no estaba a su lado cuando Isabella despertó horas mucho más tarde. Él no debía haberse levantado hace mucho porque su lado aún estaba tibio. Ambos se habían quedado hablando hasta bien entrada la madrugada, haciendo planes sobre su boda.Sonrió y estiró la mano al aire. Apreció la piedra que adornaba su dedo anular, era preciosa y no iba a pasar desapercibido. Si no fuera porque ante el público Salvatore y ella ya estaban casados, los paparazzi estarían detrás de ellos mañana, tarde y noche tratando de averiguar si estaban comprometidos y donde sería la boda.El sonido de un par de voces del otro lado de la puerta, la sacó de su ensoñación. Se incorporó hasta quedar sentada y acomodó la espalda en el respaldo de la cama. La puerta se abrió y Salvatore entró a la habitación, todavía llevaba su ropa de dormir y su cabello estaba desordenado, pero no podía verse más perfecto.Él dio una patada hacia atrás para cerrar la puerta y le dio una sonrisa que hizo vibrar todo su cuerp
Isabella había intentado sonsacarle información a Salvatore sobre su regalo de todas las formas posibles y en tres semanas no había logrado nada. Él se las había ingeniado para distraerla en cada oportunidad.—Seguro que puedes esperar unas horas más para saber que es —dijo Salvatore divertido con la mirada aun en la pista.—No estaba pensando en ello —mintió.—¿Estás segura?—Quizás si estaba pensando en ello. No entiendo por qué tanto misterio.—Lo sabrás en su momento.Soltó un suspiro de resignación.—Michelle vendrá ¿verdad? —preguntó cambiando de tema.—Sí y no me costó nada convencerlo.—Laila le dio con fuerza —comentó divertida.Isabella recordó el primer encuentro entre Michelle y Laila unas semanas atrás. Los dos se habían quedado mirándose como si no habría nadie más alrededor, la atracción entre ambos había sido inmediata. Después de ese primer encuentro, Laila había mantenido las distancias mientras Michelle trataba de convencerla para salir en una cita con él.—Ni que l
Salvatore guardó la nota junto a las demás, en el primer cajón de su escritorio y se aseguró de cerrarla con llave. No había recibido noticias del paradero de Nina desde que Isabella había regresado a vivir con él, ella lo había llamado el mismo día que los paparazis publicaron fotos de ambos.Nina había despotricado contra él y luego había colgado. Desde entonces las notas habían llegado a diario al correo donde le llegaban obsequios de sus fans. Su equipo de seguridad estaba tratando de averiguar de donde provenían, pero no era fácil. Habían rastreado el origen, pero Nina nunca dejaba las notas en persona. Ella pagaba a diferentes personas para que lo hicieran. Los habían interrogado, pero cada uno daba una descripción diferente. Cabello rubio, castaño, pelirrojo. Ojos azules, verdes, marrones.Habría llegado a pensar que quizás no se trataba de ella, si no fuera por las cosas que estaba escrito en cada uno de los papeles y por como firmaba. “Con amor, N.”Isabella estaba al tanto d
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