Capítulo 5: Bajo el mismo techo

—No puedo creer que me enteré que mi mejor amiga está saliendo con Salvatore Rivera por las noticias —dijo Cloe desde el otro lado del teléfono.

A Isabella le tomó un tiempo terminar de despertar.

Las noticias sobre su relación con Salvatore se habían difundido en la prensa escrita y hablada. Y seguía siendo un tema de conversación, sin importar que ya había pasado casi una semana desde que los primeros reporteros aparecieron en su departamento. Apenas había estado allí una vez desde entonces para recoger sus cosas y no había sido nada fácil esquivarlos.

¿Cuánto tiempo llevan juntos? ¿Están viviendo juntos? ¿Piensan casarse? Habían sido una de las muchas preguntas que le habían hecho tratando de acercar sus micrófonos a ella.

Después de eso, Salvatore había insistido que un par de hombres la acompañaran al trabajo al menos hasta que todo se calmara. Como si fuera poco tener a paparazis siguiéndola a donde sea que fuera.

—¿Estás allí? —preguntó Cloe sacándola de sus divagaciones.

—Sí. —Soltó un bostezo. Alejó el teléfono para ver la hora. Era un poco más de las siete de la mañana—. ¿Qué hora es allí?

—La una de la mañana.

—¿Acaso no duermes?

—No intentes cambiar de tema.

—Creí que seguías de luna de miel. 

—Tienes suerte de que sea así, si no estaría frente a tu puerta en este momento. Mataré a Laila por no contármelo antes.

—Le hice prometer que no te lo diría. Se supone que estás de luna de miel y no deberías pensar en nadie más que tu esposo.

—Él recibe suficiente atención.

—No la necesaria —escuchó decir a su primo—. Vuelve a la cama, fiera.

Risas coquetas llenaron el auricular.

—Voy a colgar —avisó.

—Hablaremos de esto cuando regrese —amenazó Cloe.

—Está bien, adiós.

—Isabella —la detuvo ella—. Ten cuidado con él. He averiguado algunas cosas sobre él y…

—¿Qué opina tu esposo sobre ti leyendo sobre otros hombres?

—Salvatore no parece del tipo de hombre que se establece —continuó ella como si no la hubiera escuchado—. No quiero que te hagan daño.

—No tienes nada de qué preocuparte.

Cloe soltó un suspiro.

—Te quiero.

—Y yo a ti.

Isabella colgó y dejó su celular sobre el buró. Se recostó de regreso a la cama y se cubrió con el antebrazo los ojos. Las palabras de Cloe se repetían en su mente. Ella tenía razón, Salvatore no era de los que se establecían, el mismo lo había dejado claro. No es que tuviera planeado enamorarse de él. Estaba allí por su acuerdo y lo mejor que podía hacer era mantener su distancia con él hasta que su acuerdo acabara. ¿Qué tan difícil podía ser eso?

La primera semana en la casa de Salvatore no había estado tan mal. Apenas lo había visto durante las mañanas. Un partido estaba cerca y él salía todas las mañanas temprano, no era hasta la noche que ambos se encontraban para la hora de la cena. No iba a negar que aquellos momentos le gustaban bastante.

Cuando Salvatore no la estaba provocando, podía ser alguien bastante divertido con quien hablar y también era muy bueno para escuchar. 

Escuchó algunos sonidos procedentes del intercomunicador sobre su buró. Le había pedido a Salvatore que le diera uno después de su primera noche allí. Caeli era aún muy pequeña y le preocupaba que pudiera llorar durante la noche y que nadie la escuchara.  

Se colocó una bata sobre su ropa de dormir y caminó hasta la habitación de la niña. La niñera ya estaba allí cuando entró.

—Yo me haré cargo desde aquí —dijo.

La mujer asintió con una sonrisa antes de entregarle a Caeli. La pequeña sonrió y le dio una especie de saludo.

—Hola, tú —respondió depositando un beso en su frente.

Caeli se estaba ganando un espacio en su corazón. Ojalá pudiera seguirla viendo cuando Salvatore y ella se separaran.  

—Siempre eres bastante madrugadora ¿verdad? Supongo que debes ser así, si quieres hacer todo lo que planeaste antes de dormir —bromeó.

Caeli le respondió con palabras apenas entendibles.

—Genial, entonces te alistaré para que comiences tu día.

Con Caeli aun en brazos fue hasta el ropero y lo abrió para buscar que ponerle. Le tomó algo de tiempo tomar una decisión entre tantas opciones. La pequeña por supuesto que también dio su opinión, en especial cuando llegaron a los zapatos. Se aferró a un par y nos dejó ir.

—Entiendo, quieres eso.

Colocó a la niña en el cambiador y comenzó a quitarle el pijama mientras cantaba una canción. Su voz no era de cerca igual a la de su tía Ava, pero tampoco estaba tan mal.

Caeli se entretuvo lo suficiente para permitir que le cambiara, aunque hacia el final empezó a moverse algo inquieta.

—Ya casi esta —dijo mientras le aseguraba sus zapatitos—. Eres una pequeña impaciente ¿verdad? —Frotó su barriga—. Justo como tu tío.

Escuchó a alguien carraspear detrás de ella y cuando miró sobre el hombro se encontró a Salvatore parado en la puerta con los brazos cruzados y una sonrisa burlona en el rostro.

—Veo que se están divirtiendo.

—¿Cuánto tiempo llevas allí?

—Algunos minutos. Y sí, escuché cuando me criticabas frente a mi sobrina.

—No dije nada que no fuera cierto. —Regresó su atención a Caeli, la levantó y se giró hacia Salvatore—. Creí que estarías en tus prácticas.

—Hoy no tengo entrenamiento, así que hice algo de ejercicio en casa.

Ante la mención de eso último luchó por no desviar su mirada hacia abajo para ver como la camiseta se pegaba a su torso. En su lugar, se quedó atrapada en su mirada sin saber que decir. Había una atracción entre ellos que no estaba segura si él era capaz de sentir. Ella, por supuesto, se limitaba a ignorarla. Seguía diciéndose que desaparecería en algún momento.

—Bonito atuendo —comentó Salvatore deslizando la mirada por su cuerpo.

Solo entonces recordó lo que llevaba puesto. Se observó y encontró que uno de los lados de la bata se había deslizado por su hombro solo un poco, lo suficiente para dejar ver su ropa de dormir que apenas disimulaba su desnudez debajo de ella.

Se apresuró a acomodarse la bata de regreso en su lugar, aunque todavía era consciente de que no le cubría más allá de la mitad de sus piernas. 

Caeli se sacudió en sus brazos y llamó a su tío, eso le recordó que no estaban solos.

Salvatore se acercó hasta ellas. Su cercanía la puso en alerta y luchó contra el instinto de dar un paso hacia atrás.

—Buenos días, cariño —musitó y deposito un beso en la mejilla de Caeli.

Su corazón se encogió al ver el amor con el que le hablaba a su sobrina que sonreía encantada.

—Por cierto, buenos días a ti también —dijo Salvatore y la besó en la mejilla.

Eso la desconcertó.

—Yo… me iré a cambiar y llevaré a Caeli a desayunar —dijo acelerada.

—Seguro que la niñera puede hacerse cargo de ella mientras te alistas.

—No es necesario, no tardaré demasiado.

Salvatore la miró extrañado, pero se limitó a asentir.

—Las veré abajo dentro de unos minutos —informó él—. Hace un bonito día afuera, le dije a Agostina que sirva el desayuno en la terraza.

Asintió y salió de allí consciente de cada uno de sus pasos. No quería ir demasiado rápido como para que el asumiera que estaba huyendo.

Se encerró en su habitación y escuchó a Salvatore pasar por delante de su puerta. Dejó a Caeli sobre la cama rodeada de almohadas y le dio algunas cosas para que se distrajera mientras ella se cambiaba.

—Ahora vamos por panqueques —dijo atrapando a Caeli en el preciso instante que ella se movía hasta el borde de la cama.

—Paques —dijo Caeli aplaudiendo.

Poco a poco comenzaba a entender sus palabras.

Salió de la habitación rumbo a la terraza. Salvatore apareció apenas unos segundos después de ellas. Se recordó no mirarlo con la boca abierta. Al igual que la mayoría de días estaba usando una camiseta y unos pantalones de mezclilla. A diferencia de muchos jugadores, no parecía vanidoso. Nada de anillos o cadenas gruesas de oro por montones. El único accesorio que siempre usaba era un collar que pasaba hasta desapercibido. 

—¿Qué tal dormiste? —preguntó Salvatore.

—Muy bien, gracias.

—¿Tienes algo planeado para hoy?

—Leer un poco y pensé en llevar a Caeli a pasear a los lugares más recónditos del jardín. ¿Espero no te moleste?

La casa de Salvatore tenía un enorme jardín en el que fácilmente podías perderte. Una excursión por allí y tal vez un picnic sonaba a una idea fantástica.

—Para nada, tal vez me una a ustedes.

Se mordió la lengua para no decirle que prefería que no lo hiciera. No tenía ningún derecho a hacerlo. Era su casa después de todo y Caeli era su sobrina.

El mayordomo de Salvatore entró en ese momento y le dijo al oído. Él cambió su postura relajada y sus ojos se llenaron de furia.

—Déjenlo pasar, me reuniré con él en mi oficina y avísale a la niñera que necesito se lleve a mi sobrina a la sala de juegos. 

El hombre asintió y se marchó.

—¿Está bien, todo? —preguntó.

—El padre de Caeli está aquí.

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