Capítulo 2: Negociando con el diablo

Salvatore contuvo la sonrisa mientras observaba a Isabella llevarse a la boca un pedazo de omelette. Era fácil deducir que estaba tratando de ignorarlo y en otras circunstancias la habría dejado salirse con la suya, pero tenían un asunto importante del que hablar.

—¿Este departamento es tuyo? —preguntó en tono casual mirando el lugar con ojos evaluativos.

El toque femenino estaba por todos lados, muy similar a su propia casa. Aunque él no podía llevarse el crédito de eso. Era su hermana quién se había encargado de llenarlo de detalles hasta convertirlo un hogar digno de una familia. Entrar allí, ahora que ella ya no estaba, era doloroso; pero no estaba dispuesto a cambiar nada. Los recuerdos estaban por todos lados y querían que se mantuviera así.

Isabella levantó la mirada y por un instante realmente pareció sorprendida, era como si en verdad se hubiera olvidado de su presencia allí.

—Sí, mis padres me ayudaron a conseguirlo.

—¿Quieres mantenerlo?

—¿Por qué no habría de hacerlo?

—Una vez que te mudes conmigo, tal vez prefieras llevarte todas tus cosas a mi casa. Necesitaremos un camión de mudanza de ser así. Eso hará que sea más fácil y rápido.

—Wao, wao —dijo Isabella alzando una mano—. Detente allí, muchacho.

Una sonrisa tiró de sus labios al escuchar como lo acababa de llamar, no recordaba la última vez que alguien le había dicho así. Después de alrededor de un mes funcionando en automático era bueno descubrir que todavía era capaz de divertirse.

—Aún no acepté nada y ya estás planeando la mudanza —se quejó ella. Podía hacerlo tanto como quisiera, pero los resultados serían los mismos al final.

Él no pensaba desistir. La vida le había enseñado a ir por todas cuando quería algo. Era así como había logrado llegar a donde estaba, aun cuando todas las posibilidades siempre apuntaron en su contra.

—Adelante, di lo que tengas que decir para que terminemos con esto cuanto antes.  

—El divorcio sería la opción más obvia, no sé porque te empeñas en continuar con esta ridiculez.

—¿Así que consideras al matrimonio una ridiculez?

Sabía lo que ella diría mucho antes de que comenzara a hablar. La había investigado a ella y a su familia. Los padres y tíos de Isabella estaban felizmente casados. Y, a diferencia de muchos matrimonios en el círculo en el que estaban, todos parecían realmente enamorados.

—No… eso no es lo que trataba de decir —se defendió Isabella—. El matrimonio es un vínculo importante entre dos personas que decidieron pasar el resto de sus vidas juntos.

—Y por supuesto no debería romperse sin siquiera ver si funciona. ¿Verdad?

—Eres imposible.

—Eso me han dicho. Sin embargo, eso no es de lo que estamos hablando, aun no me has dado tu respuesta.

—Un amor debe estar basado en amor.

Estiró la mano sobre la mesa y acunó su rostro.

—Hay cosas más divertidas que el amor —dijo mientras frotaba su mejilla con el pulgar—. Y sabes que la podemos pasar bastante bien.

Recuerdos de ella debajo de él, vinieron a su mente. Era vergonzoso admitir que podía recordar eso, pero no él haberse casado con ella.

Isabella se hizo para atrás.

—Tu arrogancia nunca se acaba, me preguntó si no es demasiado peso sobre tus hombros.

—Soy lo bastante grande para sobrellevarlo —le dio un guiño. Había algo en ella que le provocaba a fastidiarla.

Como esperaba, ella le lanzó una mirada llena de molestia. Si las miradas mataran…

—Idiota —susurró ella.

—¿Disculpa? —preguntó pese a haberla escuchado muy bien.  

—Dije que está bien —dijo la pequeña mentirosa, pero no le reprochó porque acababa de aceptar—. Llevaremos a cabo esta farsa, pero tengo mis propias condiciones.

—Adelante. —Eso sí que iba a ser entretenido.  

—No compartiremos la misma cama y no habrá nada de sexo.

—Ya veremos. ¿Qué más?

—Nada de ya veremos, no hay manera de que duerma contigo y no pienso cambiar de opinión.

Prefirió guardarse su comentario, seguro que a Isabella no le habría hecho mucha gracia.

—Si quieres puedes seguir con tu vida como hasta ahora —continuó ella después de un rato—, pero espero seas prudente con tus escarceos amorosos.

—No tienes de qué preocuparte, seré cuidadoso. —No le dijo que el menor de sus intereses en ese momento era la próxima persona con la que se iría a la cama.

—Tampoco le diremos a mi familia sobre lo de nuestro matrimonio.

—¿Y qué historia quieres que les contemos?

—Que estamos en una relación y decidí mudarme a vivir contigo.

—Si esperas que se crean que estamos juntos y que nos amamos lo suficiente para vivir juntos tendrás que comenzar a relajarte en mi presencia. A menos que quieras que se den cuenta de que algo extraño sucede y empiecen a hacer sus investigaciones. —Se puso de pie y rodeó la isla, se inclinó hacia ella hasta que sintió su aliento entremezclarse con el suyo. Sus ojos lo transportaron hasta su noche en Las Vegas—. A eso me refiero —comentó cuando ella se puso tensa.

Sin pensar lo que estaba haciendo, se inclinó y la besó. Tenía algunos recuerdos sobre lo que era besarla, pero la realidad se sentía mucho mejor.

Isabella se resistió al inicio, pero luego se fue relajando en sus brazos. No todo estaba resultando tan mal. Todavía compartían la misma química explosiva del principio.

—Tal vez deberías levantar la regla de no sexo —comentó con una sonrisa alejándose de ella y regresando a su lugar—. El sexo puede ayudarte a relajarte mucho más eso y seguro que hará que esté más cómoda.  

Ella apretó los labios, no era necesario que dijera algo para entender la lista de improperios que le quería decir. Sus ojos eran bastante expresivos.

—Deja de hablar de eso. No va pasar.

—¿Hay alguna condición más? —preguntó fingiendo no haberla escuchado.

Ella sacudió la cabeza.

—Si se me ocurre algo más te lo haré saber —aumentó con la mirada desafiante.

Era bastante refrescante ver a alguien que trataba de hacer algo más que complacerlo. No le cabía duda que Isabella podría mandarlo al demonio si no fuera porque había encontrado su punto débil.

Asintió y habló.

—Yo tengo una sola condición. No estarás con nadie mientras este acuerdo dure.

—¿Y cuánto será eso? —Isabella se cruzó de brazos.

—Un año.

—¿Quieres que finjamos ser un matrimonio feliz durante un año? Ni siquiera sé si te aguantaré la próxima semana.

—En cuanto el plazo se cumpla, te daré el divorcio y ambos continuaremos con nuestras vidas.

—Quiero que lo pongas por escrito.

—Me pondré en contacto con mi abogado para que haga un contrato. Ahora… —hizo un gesto hacia la comida— deberías darte prisa, tengo algo que mostrarte.

—Me tomaré el tiempo que quiera.

Descubrió, casi una hora después, que no era una amenaza vacía. Isabella se tomó su tiempo para terminar su desayuno.

Debía haberle llevado una taza de café y una dona, en lugar de un desayuno completo. Aunque debía reconocer que era fascinante verla comer.

—¿A dónde vamos? —preguntó Isabella mientras se alejaban del departamento.

—A mi casa.

Espero que ella hiciera alguna pregunta más, pero se quedó en completo silencio y continuó así durante todo el viaje.

Cuando llegaron a su casa, no notó ningún signo de admiración en el rostro de Isabella. Aunque no era nada extraño. Ella había crecido rodeada de comodidades, las mismas que ni él ni su hermana habían tenido hasta que él tuvo edad suficiente para ganarse la vida.

Isabella se bajó del auto antes de que él tuviera oportunidad de llegar a su lado y abrirle la puerta.

Él se puso a su lado y, colocando una mano en su cintura, la condujo hasta la casa. Era una construcción de dos plantas, del tamaño suficiente para albergar una familia grande. La había comprado para su hermana tan pronto ganó su primer sueldo considerable. Ella era por quién había hecho muchas de las cosas y aun después de su muerte seguiría haciendo lo necesario. Por eso Isabella estaba allí.

—Es un lugar hermoso —dijo Isabella sonando bastante sincera. Sus ojos recorrían el interior de la casa.

—Mi hermana lo hizo casi todo. Espera aquí.

Dejó a Isabella en la sala y se dirigió a la cocina, donde sabía que encontraría a su sobrina.

Una sonrisa se formó en su rostro y su corazón se oprimió al ver a la única hija de su hermana, Caeli. Era como una copia en miniatura de ella. Su sobrina estaba sentada en su silla para niños con un plato de algún puré hecho especialmente para ella. Comía ajena a cualquier cosa.

—Señor —saludó la niñera de la pequeña al verla. Estaba sentada junto a la pequeña vigilándola.

Justo en ese momento la pequeña Caeli levantó la mirada y la posó en él. Soltó una carcajada y empezó a dar brincos en su asiento mientras estiraba los brazos haca él. Era tan bueno verla tan feliz después de todo lo que había pasado a la corta edad de dos años.

Otra vez la sensación de ahogo que lo venía acosando desde que su hermana murió, volvió a aparecer. Con prisa, redujo el espacio que la separa de su sobrina y la levantó en brazos. Ella tenía las manos manchadas, pero poco o nada le importó. La dulce pequeña era su único consuelo.

—¿Cómo está la bebé más bella del mundo? —preguntó después de darle un par de besos en ambas mejillas.  

Caeli soltó una risa y le apretó el rostro antes de comenzar a hablar o al menos eso es lo que parecía que estaba haciendo, más de la mitad de las cosas eran inentendibles.

—Así de bien ¿eh? —Unió su frente a la de ella—. Tengo a alguien a quien presentarte. —Miró a la niñera por encima del hombro de su sobrina—. Te llamaré en cuanto te necesite.

—Está bien, señor —dijo la mujer.

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