Silvina estaba sentada en la cama, abrazando sus rodillas mientras lloraba en silencio.
Los médicos y enfermeros que la rodeaban no sabían qué estaba ocurriendo; se miraban entre sí con desconcierto.
¿Estaba embarazada del heredero del Grupo Familiar Muñoz y se sentía así?
¡Se suponía que debía ser una bendición inmensa!
¿Por qué entonces parecía tan triste?
¿Acaso... no quería tener al bebé?
No tenía sentido.
En ese momento, Leonel apareció en la puerta. Caminaba con calma, con ese paso seguro que caracterizaba su figura alta y esbelta.
Su rostro perfecto y sus facciones bien definidas, especialmente sus ojos alargados y ligeramente rasgados, le daban un aire frío y seductor imposible de ignorar.
—Presidente... ella... —murmuró uno de los médicos, rompiendo el silencio.
—Ya lo sé. Salgan todos.
Su voz era firme, su presencia tan imponente como la de un emperador.
Nadie se atrevió a cuestionarlo. Uno por uno, todos los presentes bajaron la cabeza y se retiraron sin decir palabra.
Silv