Silvina estaba recostada en la tumbona del jardín, disfrutando del sol, cuando vio a su asistente acercarse con el teléfono en la mano.
El timbre no dejaba de sonar, insistente, como si fuera una llamada de vida o muerte.
—¿De quién es la llamada? —frunció el ceño Silvina.
Adela, la asistente, dudó un instante antes de responder:
—Este número ya llamó varias veces, Señora Leonel. ¿Desea contestar?
Silvina tomó el aparato y respondió.
En el mismo instante en que la llamada se conectó, sus ojos se entrecerraron con suspicacia.
—Silvina, soy la señora Pérez, la madre de Wilson. Estoy en Inochi ahora mismo… ¿puedo verte un momento? —la voz de una mujer madura sonó al otro lado de la línea.
Silvina frunció aún más el ceño. Recordó de inmediato que, al día siguiente de que Rosa la hubiera "regalado" a Leonel, la propia señora Pérez la había llamado para exigirle que dejara a Wilson.
Ahora ella ya había cumplido con ese deseo, ¿qué sentido tenía que viniera a buscarla?
Justo cuando Silvina i