Los ojos de Leonel se entrecerraron, y en el fondo de su mirada ardió una chispa de fastidio.
¡Vaya jugada la de aquel hombre!
Había tenido la osadía de valerse de semejante treta…
Lástima que Silvina, demasiado noble y bondadosa, ni siquiera sospechara cuál era el verdadero trasfondo de esa súplica.
A un lado, Tania solo necesitó unos segundos para descifrar la maniobra.
Antes de que Silvina respondiera, ella ya había intervenido con ironía:
—¡Qué curioso! ¿Tu problema lo vienes a poner en manos de Silvina? ¿Desde cuándo los asuntos de tu propia familia deben decidirlos los extraños?
Silvina la miró sorprendida.
Tania conocía bien a su amiga: pura, ingenua y con el corazón siempre inclinado a ayudar.
Ella no alcanzaba a ver que ese hombre ya había investigado de antemano la relación entre Silvina y la Familia Martínez, y ahora pretendía aprovecharse de ello.
Si lograba emparentarse con los Martínez a través de Clarisa, significaba automáticamente acercarse también a Silvina.
Y con Si