Los gerentes intermedios presentes intercambiaron miradas discretas, pero nadie dijo una sola palabra.
A ese nivel, ya sabían muy bien qué se debía decir... y qué era mejor callar.
Gracia, la jefa de ventas, se había dejado llevar por el ego. Había recibido un elogio del presidente hacía pocos días gracias a sus buenos resultados, y ya se creía intocable.
Pero la empresa se encargaría pronto de enseñarle una lección: que hay límites que no se cruzan.
Silvina subió las escaleras hasta el tercer piso siguiendo a Tomás, algo tensa.
—¿Ya llegaron el presidente y el cliente? —le preguntó en voz baja—. ¿Estoy presentable?
—Sí, ambos ya están en el comedor —respondió Tomás con cortesía—. Y si el cliente dice algo inapropiado, por favor, no se ofenda, señora.
Silvina frunció levemente el ceño. ¿Tan difícil era ese cliente?
Aún no había tocado la puerta, cuando una voz melosa y coqueta se escuchó claramente desde dentro:
—Señor Leonel, usted realmente es digno del título de emperador del merca