Después de terminar la leche, Silvina sintió una náusea intensa en la garganta. Incapaz de contenerse, corrió directamente al baño con la mano cubriéndose la boca.
Tomás estuvo a punto de detenerla: ¡ese baño era de uso exclusivo del presidente! Nadie tenía permitido entrar. Recordaba bien cómo, en una ocasión, un cliente despistado había usado ese baño por error y fue inmediatamente vetado de por vida por Leonel.
Sin embargo, al ver que Leonel no parecía molesto por la acción de Silvina, Tomás tragó saliva y cerró la boca con fuerza.
Leonel, con una expresión relajada, incluso pareció de buen humor mientras le decía a Tomás:
—Dile al personal que traigan algo para que coma cada hora. Si no le gusta la leche de la Casa Real Británica, entonces cámbiala por la que usan en la familia imperial japonesa.
Los ojos de Tomás casi se salieron de sus órbitas.
Silvina, aún arrodillada junto al inodoro, se dio cuenta de que estaba vomitando sobre una pieza hecha de cristal puro. Al accionar la c