Dentro del coche, la mirada de Leonel se clavó en aquel vehículo.
Justo al llegar, había visto a Ruperto levantar a Silvina en brazos y subirla al auto.
Y lo que más lo descolocaba: ¡Silvina no se había resistido!
Ella… no había hecho nada para apartarlo.
Los puños de Leonel se cerraron con fuerza; sus ojos eran puro hielo.
Había esperado a que Liliana se quedara dormida, y sin siquiera beber un sorbo de agua, había salido corriendo para buscar a Silvina.
Se había preocupado toda la noche.
Él, Leonel, preocupado por alguien por primera vez en su vida.
Había sido capaz de dejar atrás incluso a su primer amor, Liliana, con tal de venir a buscar a Silvina.
Pero ¿por qué?
¿Por qué ella no lo había rechazado?
Silvina, eres increíble…
Leonel deseaba lanzarse y arrancarla de los brazos de Ruperto, pero se contuvo una y otra vez. No podía hacerlo.
Su mirada cayó en el anillo de su dedo: el mismo que Silvina le había puesto con sus propias manos.
Eso era algo a lo que Ruperto jamás podría aspi