Silvina llevó la mano a su pecho. Sentía una presión sofocante, un ahogo imposible de apartar.
Sí, todo había sido fruto de su propia ilusión.
¿Por qué había sido tan ingenua?
¿Por qué se había arrojado de lleno a una relación sabiendo que el corazón de él no le pertenecía?
¿Por qué había esperado, contra toda razón, que algún día él pudiera llegar a quererla?
¿Por qué se engañaba pensando que sus atenciones eran por amor, cuando en realidad todo era por el hijo que llevaba en su vientre?
Qué tonta eres, Silvina…
¿Acaso el asunto de Rosa la había hecho sentirse demasiado orgullosa?
¿Acaso creyó que, porque Leonel había castigado a Rosa con tanta severidad, ella ocupaba un lugar especial en su corazón?
Qué equivocada había estado.
No era por ella.
Era por el niño que llevaba dentro.
Leonel nunca había amado a Rosa; por eso pudo sacrificarla sin dudar.
De la misma manera, tampoco la amaba a ella.
Si se trataba de Liliana, él también sería capaz de sacrificarla.
Ese era el verdadero rost