Leonel torció la comisura de los labios, extendió deliberadamente la mano y la apoyó sobre el hombro de Liliana. Con un aire despreocupado dijo en voz alta:
—Así es, esta es la última noche de soltería de Evelio. Como sus mejores amigos, ¿cómo podríamos faltar? Mi esposa no debe cansarse demasiado. Señorita Tania, entonces te encargo que la cuides. ¡Santiago, esta noche no paramos hasta caer rendidos!
Liliana no esperaba que Leonel se acercara a ella de manera tan abierta frente a todos. Sus ojos brillaron de alegría y su rostro se tornó aún más dulce.
—Claro, esta noche no paramos hasta emborracharnos —respondió ella con entusiasmo—. Leonel, incluso traje desde el extranjero tu vino favorito. Si bebes poco, no te lo perdonaré.
Silvina observó aquella interacción y sintió su corazón hundirse como plomo en un abismo.
Ruperto contempló la escena en silencio, con un destello en sus ojos ámbar. En realidad, como invitado de honor, no tenía demasiada relación con Evelio; aquella despedida