—Silvina, de ahora en adelante, si ellos te llaman, no contestes —continuó Alicia con firmeza—. Todo lo que tenga que ver con la familia Torres, déjamelo a mí. ¿Acaso no hemos sufrido ya demasiados años bajo su sombra? ¿Vamos a pasarnos la vida entera sin poder liberarnos?
Silvina sonrió y respondió:
—Lo sé, mamá. A mí no me importa tanto, mientras tú estés bien. ¿Qué te parece si vendo esa casa y te compro otra en otro lugar? Al fin y al cabo, el precio es más o menos el mismo.
—No hace falta complicarse tanto —contestó Alicia enseguida—. Allí se vive bien… además está Armando…
Silvina la miró con picardía y preguntó en tono significativo:
—Mamá… ¿tú y Armando…?
El rostro de Alicia se tiñó de un rubor evidente y balbuceó:
—¡Niña! ¿Qué tonterías estás pensando? No es lo que imaginas. Solo que él vive solo y no sabe cocinar, y yo le preparo algo de vez en cuando…
—¿Ah, sí? —Silvina alargó la voz, divertida—. Pues yo más bien creo que Armando te trata demasiado bien, ¿no?
Alicia se sonr