Leonel miraba, con una sonrisa medio burlona, cómo las orejas de Silvina pasaban de un rosado suave a un rojo encendido.
—Tú… tú dices tonterías… Mi mamá aún está aquí… —balbuceó Silvina, completamente nerviosa.
Al levantar la vista, se encontró con el rostro perfecto de Leonel, tan cerca de la punta de su nariz…
Cada vez que lo miraba, Silvina pensaba que el Creador había sido demasiado parcial.
Un hombre no solo poseía facciones más delicadas que muchas mujeres, sino también una piel tan impecable que volvía locos de envidia a hombres y mujeres por igual.
—Mmm, ¿quieres decir que, si tu madre no estuviera aquí, entonces sí podríamos? —Leonel arqueó una sonrisa traviesa, con sus ojos brillantes fijos en el rostro cada vez más encendido de Silvina. Se inclinó aún más, reduciendo la distancia entre ambos hasta que ella podía ver cada poro de su piel—. Esposa mía, ¿quieres seguir midiendo mis dimensiones?
¡Boom! El cerebro de Silvina se bloqueó por completo.
El único rincón de memoria d