Silvina, acompañada por su chofer que también hacía de guardaespaldas, apareció muy pronto en la nave abandonada que Rosa había señalado.
En cuanto entró, preguntó directamente:
—El dinero ya está aquí, ¿dónde está mi madre?
Rosa y Wilson se acercaron juntos, y los ojos de Silvina se clavaron en ellos con furia contenida.
¡Con razón Rosa había actuado tan rápido, claro que detrás estaba Wilson!
Eso ya no le sorprendía.
Cuando había salido con él, sabía perfectamente que siempre se juntaba con gente de mala calaña.
Estaba claro: la idea de secuestrar a su madre había sido suya.
¡Pareja despreciable!
Silvina apretó los dientes con tanta fuerza que le dolía la mandíbula.
Aunque en su interior hervía de odio, en su rostro no se reflejaba nada.
No podía permitirse mostrar debilidad: bajo ninguna circunstancia pondría en riesgo a su madre.
—¿Y el dinero? —preguntó Wilson con impaciencia.
Silvina asintió hacia su chofer. El hombre colocó de golpe cinco maletas en el suelo y las abrió para mo