La expresión de Rosa de repente se volvió grotesca.
Un calor abrasador empezó a recorrerle el vientre.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué sentía que todo su cuerpo ardía como fuego?
El rostro de Wilson, a su lado, también se transformó de golpe. Giró bruscamente la cabeza y, con los ojos abiertos de par en par, miró a Rosa.
—¿Tú… me drogaste? —le espetó, incrédulo.
Silvina, sorprendida por el cambio repentino de ambos, retrocedió varios pasos. El chofer, que hacía las veces de guardaespaldas, se adelantó de inmediato y se colocó frente a ella para protegerla.
—Yo… —Rosa ya no pudo articular palabra. Todo su cuerpo estaba dominado por una lujuria incontrolable, como si quisiera desgarrarse la ropa con las manos.
Ella misma había aumentado la dosis de la droga para asegurarse de arruinar a Silvina.
¡Quería verla destruida!
Pero jamás se imaginó que Silvina resultaría ilesa… y que ella misma terminaría bajo los efectos del veneno.
No… esa copa…
Rosa alzó la vista de golpe, fijando los ojos en