Mateo apretó los dientes y, con un gruñido de esfuerzo, levantó el cuerpo de Antonio y lo echó sobre sus hombros, ignorando el dolor que le atravesó la espalda. Los dos salieron tambaleándose, envueltos por el humo y las chispas. Cuando llegó al vehículo negro que había dejado a una distancia prudente, abrió la puerta trasera con una patada, depositó a Antonio con cuidado y luego se lanzó al asiento del conductor.
—Aguante, patrón. No me haga matarlo por morir —murmuró, encendiendo el motor con manos temblorosas.
La ciudad pasó como una mancha borrosa ante sus ojos. No iba a un hospital normal. Sabía que ahí no tenían oportunidad.
Los policías, los enemigos, Dante.... Solo había un sitio. Un hospital clandestino que conocía desde hacía años, cuando aún trabajaba en las sombras para la vieja guardia. Un lugar donde no hacían preguntas. Donde solo importaba el dinero y el poder.
La camioneta frenó bruscamente frente a un edificio lúgubre, escondido tras un callejón en las afueras. Mate